Sara Vial sobre Pablo Neruda: "Yo lo echo de menos cada día más"
Pablo Neruda tenía 68 años cuando le descubrieron un cáncer de próstata, debido al cual siguió una terapia de cobalto en Valparaíso, entre marzo y abril de 1973. Sin embargo, su salud no mejoraba. El 19 de septiembre de ese mismo año, y luego de que su casa de Isla Negra fuera allanada por los militares, es trasladado en ambulancia hasta la Clínica Santa María. Allí recibió la visita de Aída Figueroa, Radomiro Tomic, Nemesio Antúnez y Teresa Hammel, entre otros, quienes describieron que se le veía débil, pero no moribundo. Es más, fue ahí donde terminó, junto a su secretario por 50 años Homero Arce, sus memorias "Confieso que he vivido".
Todo cambió a los pocos días. Según consta en las memorias de Matilde Urrutia, su última mujer, ella y el chofer del vate, Manuel Araya, partieron a Isla Negra para hacer las maletas y así viajar a México, donde les habían ofrecido asilo político. Ese mismo día Neruda se comunicó por teléfono con la Hostería Santa Elena, muy cerca de la casa, y pidió que le avisaran a Matilde que se apurara porque estaba mal. Lo encontró en un estado febril y muy angustiado. Entrada la noche, dice, le pusieron una inyección para después entrar en coma del cual no salió. La data de muerte se fijó el 23 de septiembre de 1973.
El cáncer habría sido la causa de la muerte. Una verdad inamovible hasta que el 2011 el Partido Comunista interpuso una querella dudando de esa versión, basándose en el relato del citado Araya que afirma que al Nobel lo mataron. Disonancia que está siendo investigada por el juez Mario Carroza, quien este año pidió que se exhumaran los restos del autor de "Residencia en la Tierra" para ser analizados y saber la verdad de lo ocurrido. El peritaje se está haciendo en EE.UU. y sus resultados aún se desconocen.
Y si bien las razones de su muerte siguen siendo un misterio, su vida y su obra han sido ampliamente difundidas. Un hombre que no solo dejó una impronta inconfundible en la cultura de nuestro país, sino también en sus amigos. "Yo lo echo de menos cada día más", comenta la escritora porteña Sara Vial, quien conoció al poeta a través del pintor Camilo Mori. "Un día Camilo escuchó mis versos y me dijo: 'Yo le voy a dar una sorpresa, porque se los voy a llevar a una persona que no le voy a decir el nombre'. A mí no se me pasó por la cabeza que fuera Neruda", recuerda la autora de "Valparaíso, violín de la memoria".
Tras leer los poemas, el vate decidió que tenía que conocerla, y así iniciaron una amistad que duró 20 años. "Como fue tan generoso conmigo, creo que me tomó un poco bajo su alero espiritual. Me daba muchos consejos y me trataba muy bien, pero de una manera no filial, sino paternal", comenta la también periodista, agregando que "era una amistad maravillosa, que no era para sentirse orgullosa de ser amiga de Pablo Neruda, sino que él fuera como era, tan humano".
Ambos compartieron largas jornadas de conversación acerca de la vida, la literatura y otras hierbas. Ella, además, le mandó una extensa carta contándole sobre una casa ubicada en los cerros porteños, y que él transformó en lo que se conoce como La Sebastiana.
"Sin falsa modestia, yo misma no me di cuenta al principio de lo que había hecho. Pero ahora que el fenómeno Neruda ha ido creciendo, parece que cada día está más vivo, que se saben más cosas de él y se va como dando vuelta la tortilla, y está apareciendo el hombre. Porque el poeta ya se conoce absolutamente, pero el hombre, el ser humano, el amigo, ese no se conoce y ese Neruda es el que hace falta en este momento", comenta.
¿Por qué es necesario? "Porque él no conocía la envidia, la subestimación de otro escritor. Le gustaban los poetas buenos y los malos también, y le daba mucha pena cuando algún poeta que él consideraba bueno se lo juzgaba mal", recuerda, agregando que "era un ser de una naturalidad, de una sencillez, de una calidez humana tan grande que yo cada día lo echo más de menos".
Recuerdos que se le vienen encima justo en este momento, que se conmemoran 40 años de la muerte del vate.