A miles de kilómetros de la tierra del Nobel de la Paz, conviene recordar algo del enorme valor de un ser humano mayúsculo para la historia reciente.
Es la invitación a buscar una vida más plena, más fraterna y socialmente más humana.
Escuchando las noticias en varios medios de comunicación, me he percatado cómo en este tiempo previo a las elecciones presidenciales, se ha acentuado en muchas personas la tendencia muy simplista de mirar el mundo en blanco y negro y dividir a las personas en buenas y malas. Me parece muy lamentable este simplismo apasionado que se ha ido apoderando de algunos y que les hace ver la vida de manera polarizada y enceguecida, impidiéndoles reconocer la bondad y la verdad presente en todos. Sin duda que esto los conduce a encerrarse en sí mismos, perder la capacidad de reconocer sus propios límites y errores e incluirse, por supuesto, en el lado de los buenos.
Creo que "recoger semillas" es la invitación a buscar una vida más plena, más fraterna y socialmente más humana. Esto no es para personas ingenuas, sino para lúcidos buscadores de la verdad que, aceptando, validando y valorando a los demás, descubren y no destruyen estas semillas presentes. Es la sabiduría del discernimiento y el amor a la verdad, tan lejana del pensamiento polarizado, lo que nos permite percibir los matices de la realidad y así acercarnos y participar juntos de esa verdad total.
Esta es la hermosa vocación que Cristo le señala constantemente a su Iglesia: ser para el mundo la primera servidora, la compañera fiel que comparte los procesos de crecimiento y búsqueda de la verdad y felicidad de todas las personas, que es capaz de reconocer, en humildad, sus heridas sin rencores y sin ánimos de dominio.
Esta vocación la visualizamos hoy en nuestra Madre, la Santísima Virgen María. Junto a ella queremos descubrir los nobles ideales presentes en todos los hombres y mujeres mostrados en los deseos de bienestar especialmente para los que más sufren quienes son el rostro más genuino de la sociedad que construimos; queremos descubrir esos sueños presentes en todos de construir un mundo mucho más solidario; las grandes aspiraciones de tener una vida más plena, más alegre, más fraterna y, por lo mismo, más intensamente humana.
Hoy, en esta fiesta especial en que finalizamos el Mes de María, nuestra Madre, alabamos a Dios por las diferencias que nos enriquecen, por los anhelos de rectitud y belleza presentes en todo hombre y toda mujer… Dichosos todos quienes creen en ello.