Parece que le queda poca vida al edificio que albergó tantos años al Teatro O'Higgins. Dicen que la picota de la demolición no tardará en llegar, puesto que los terremotos y los años, no pasan en vano. Entonces, como un mastodonte herido, se prepara para el sueño eterno de los recuerdos.
Veo la imagen desgastada y fea del Teatro O'Higgins, en la esquina de la avenida que hoy lleva también el nombre de nuestro libertador, y recuerdo aquella magnífica sala de finales de los años 40.
En aquel entonces, esa avenida se llamaba Buenos Aires. Era calle y carretera. Y el Teatro O'Higgins era como un faro indicador de que estábamos en una gran ciudad.
Aquella sala era el centro de decenas de pandillas ávidas de las sesiones rotativas de los miércoles, de las 'matiné, vermut y noche' de los sábados, y de las matinales con monitos animados de los domingos.
Me gustaba ir los miércoles, porque allí intercambiábamos revistas. Decenas de chiquillos llegábamos cargados con nuestras revistas, para intentar cambiarlas por otras que no hubiésemos leído.
Cuando teníamos pocas, pero queríamos alguna que otro la tuviera, le desafiábamos a las bolitas, a 'la achita y cuarta'. Una revista cada vez que hacíamos una cuarta. Dos, cuando acertábamos una 'achita'. Y nos pasábamos horas en eso, sin pensar en la película que se proyectaba adentro de la sala. Cuando regresábamos a casa, uno que hubiese entrado al cine nos iba contando la trama, por si nuestros padres nos preguntaban qué habíamos visto.
Más creciditos, íbamos perfumados y en grupos para encontrarnos con chiquillas que hacían lo propio. Y nos sentábamos 'en la fila de los cocheros' (la última fila), para tomarnos de las manos o robarles algún beso adolescente que aún nos cosquillea en las mejillas.
Mientras se proyectaban las películas, uno de nuestros vecinos -Benjamín- vendía las calugas que le sacaba furtivamente a su tío. Y lo hacía con un susurro para no molestar a quienes estaban pendientes de las acciones de Roy Rogers, Tarzán, o de la belleza de Rommy 'Sissy' Schneider,o de los inmutables Alan Ladd, Robert Mitchum o Kirk Douglas…
En fin, a todos nos llega la hora. En los tiempos que corren, el signo de la rentabilidad marca los ritmos. Y aquella sala de la esquina de O'Higgins y Libertad, ya no suma. Sólo afea y se convierte en lunar en una ciudad moderna y pujante, como es Chillán. Y aunque ahora cubran su fachada con pintura 'paquete de vela', la picota del derrumbe la acecha y la trasladará al baúl de los recuerdos imborrables de nuestra infancia.