Como ha sido la tónica desde su génesis la actual reforma educacional ha puesto un especial énfasis en el lucro y la gratuidad. Todo, por cierto, con la noble intención de sentar las bases para una educación gratuita y ¿de calidad? Porque a la fecha ninguna de las medidas pareciera ir encaminada hacia este último punto, cuestión no menos relevante si realmente existe una planeación e intención veraz y concreta de emparejar la cancha, contribuir a la disminución de las brechas de desigualdad existentes en nuestro país y brindar oportunidades a la meritocracia partiendo de un derecho fundamental como es la educación.

En este sentido bien vale reflexionar en torno a los cambios culturales que hemos vivido como sociedad durante los últimos años donde, por ejemplo, la aparición de las Tics (revolución digital) han redibujado los paradigmas de la interacción social y la construcción del conocimiento facilitando el tránsito a una esfera pública que antes estaba disponible sólo para unos pocos. Eso ha hecho que los ciudadanos mejoren ostensiblemente su acceso a la información permitiendo, de paso, aumentar el nivel del debate en los temas públicos mediante la edificación de sentido acompañado del consiguiente empoderamiento, en una tónica que tal como debe ir acompañada de derechos también tiene que serlo en el de los deberes. Estos cambios, que probablemente no se constataban desde la revolución industrial, están directamente vinculados con los cambios asociados tanto a costumbres como mentalidad que, como país, hemos ido experimentado ya sea de manera consciente e inconsciente.

Porque en un mundo en que la cultura está enfrentando profundas y vertiginosas transformaciones, la educación no puede más que verse envuelta en múltiples desafíos. En concreto, la calidad de la educación está íntimamente relacionada con la calidad de la cultura de una sociedad o país. No en vano ésta, a través de este siglo, ha tenido una evolución pasando por cuestiones tales como la economización de la vida, la realidad virtual y la globalización, en un asunto que podría generar un clima de inseguridad y confusión. Problemas que son parte de nuestra actual realidad cultural y que deben ser enfrentados mediante una mejor calidad de la enseñanza en cuanto a sus contenidos, metodologías y redefiniendo la cultura de la democracia la cual, y en opinión personal, no podemos concebirla con otro objetivo que no sea el de colocar al ciudadano en la situación más ventajosa para el ejercicio de su libertad.

Para lograr esto, y visto desde la sociología weberiana, es necesario salir a la calle, constatar e insertarse en la realidad que vive cada establecimiento educacional, cada familia y cada comunidad. Esto requiere no sólo una mirada holística de la situación sino también algo fundamental para responder a las necesidades y demandas ciudadanas: vivir, respirar, conocer, comer, palpitar, amar y, muy especialmente, pensar Chile.

Luego que un informe de arquitectura elaborado por la municipalidad de Chillán, tras el terremoto de febrero de 2010, diera pocas esperanzas para la reparación de los daños sufridos por la centenaria Iglesia de Los Carmelitas y que tras ello los últimos miembros de la congregación dejaran la ciudad y pusieran el templo a resguardo del Obispado de la Diócesis, en los últimos dos años las esperanzas han vuelto a resurgir para este patrimonio histórico de la capital de Ñuble.

Como se recordará, tras un amplio compromiso de las autoridades por salvar el templo, el 12 de Octubre de 2012 las campanas del recinto sagrado volvieron a sonar para anunciar a Chillán la Declaración de Monumento Nacional que benefició a la iglesia. Las gestiones provenientes del Consejo Nacional de Monumentos Nacionales y del Ministerio de Educación le otorgaban a esta infraestructura gótica de 1913 una categoría que le permitía acceder a fondos para su ansiada remodelación.

Pese a ello, el año pasado el primer centenario de la entrega de la iglesia a la comunidad pasó casi inadvertido. Cabe recordar que fue el 12 de Diciembre de 1910 cuando se colocó la primera piedra del templo en honor a la Virgen del Carmen, Patrona de Chile, y dos años más tarde la iglesia y el convento eran una realidad.

Finalmente, ayer, el Consejo Regional del Bío Bío aprobó los fondos por $225 millones de pesos para iniciar la etapa de diseño de las obras de remodelación a la cual se espera sea sometida en los próximos años para que, en toda su gloria, vuelva a ser apreciada por los chillanejos.

De esta manera, Chillán, en tan sólo cuatro años y medio después del terremoto de mayor magnitud en la historia nacional, ha iniciado el camino de reconstrucción no sólo de uno, sino de tres templos históricos, dos de ellos Monumentos Nacionales. Por una lado, la Iglesia San Francisco sigue tras los recursos necesarios para ir recuperando la estructura que también forma parte de la historia del Chillán antiguo y patrimonial. Asimismo, también ha pasado la etapa de diseño la Capilla San Juan de Dios, adosada al hospital del mismo nombre que se espera licitar en 2015. Junto con la construcción de esta mega obra se busca recuperar este recinto sacro, declarado Monumento Histórico Nacional por Decreto Ley 17.813, de noviembre de 1972. Éste recinto construido con el firme apoyo del intendente de Concepción, don Ambrosio O'Higgins, es considerado por los historiadores como el lugar de donde salió la llama que inflamó el espíritu de independencia en los chillanejos, luego que su primer director y médico, Fray chillanejo José Rosauro Acuña, se convirtiera en el primer eclesiástico que sufrió persecución por las ideas emancipadoras antes de 1810.