Hace 76 años, Chillán fue el epicentro del mayor cataclismo ocurrido en el país y que destruyó la ciudad, provocando la muerte a decenas de miles de personas. Nadie da cifras, porque hubo familias completas que perecieron bajo los escombros, sin dejar testigos de cuántos se quedaron en la oscuridad del 24 de enero de 1939.
Unos dicen que fueron 24 mil. Otros, que desapareció "la mitad de la población", que era de unos 63 mil habitantes en ese entonces. Sea cual sea la cifra de muertos, la herida de Chillán se mantiene abierta en el corazón de muchas familias.
Hoy, desde las instancias locales nos invitan al homenaje y a la reflexión. Creo, sinceramente, que el homenaje lo estamos rindiendo cotidianamente con nuestro trabajo, con nuestra convivencia, con nuestro desarrollo como sociedad.
Chillán -la Silla del Sol-, es más grande, es más luminosa y más consecuente con su propio futuro. Y cuenta con una sociedad que ha aprendido a levantarse tras las caídas que nos producen los caprichos de la naturaleza, construyendo su propio destino. Una sociedad madura y solidaria, unida férreamente en los principios del progreso y esperanzada en el crecimiento progresivo.
Reflexionemos, en primer lugar en forma íntima y personal, para luego hacerlo en conjunto, intercambiando ideas y empujando hacia el lado de aquel progreso que nos legaron aquellos que ya no están.
Pienso que de la tragedia hemos podido ir construyendo el monumento en homenaje a los caídos, que es una ciudad próspera y respetada, levantada sobre los restos de la catástrofe. Nos dio la idea y nos puso su brazo poderoso para levantarnos y caminar, el Presidente de la República de entonces, Padre Aguirre Cerda. Luego de llorar ante el paisaje trágico, nos ayudó a restañar las heridas, secar aquellas lágrimas y prometernos a nosotros mismos de que somos capaces de volver a alzar el vuelo. Y del duelo, ver lo positivo de nuestra idiosincrasia.
El Presidente fue consecuente y exactamente tres meses después del terremoto de Chillán, fundó la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), clave para la recuperación de la zona devastada. Y fue tan visionario, que de allí surgió la potente herramienta que nos permitió reconstruirnos y se transformó en columna vertebral del crecimiento de todo el país.
Nosotros, herederos del martirologio de la noche del 24 de enero, nos hemos convertido en seguidores de aquella voluntad poderosa de seguir por aquel camino, sin desmayos, sin perder de vista al sol, que cada día busca su silla en esta tierra prodigiosa.
Miguel Ángel San Martín,