Las aguas enloquecidas corrieron montaña abajo, arrasándolo todo. Borraron caminos, destruyeron casas, se llevaron vidas humanas. Y sepultaron, además, pueblos enteros, poblaciones humildes, borrando ilusiones forjadas durante años por familias esperanzadas.
Fue una lluvia intensa, quizás si nunca antes vista y en tan corto tiempo, que acumuló fuerzas arriba, no se transformó en nieve en la cordillera, y emprendió una loca carrera hacia el mar, buscando su cauce. ¿Por dónde corren tales aguas en esas circunstancias? Pues, por su cauce natural, por entre quebradas, por valles, por los espacios que la naturaleza le otorga, por donde le deja sus compuertas para que viaje más segura hacia su lecho marítimo.
Pero, resulta que en el norte, esos cauces naturales están repletos de viviendas. Poblaciones enteras rodeando los hilillos de ríos, con la imprudencia del que no piensa en los caprichos que la naturaleza tiene. Casas y más casas sobre cauces naturales, sin poder saciar la voracidad especulativa de quienes se dedican a ese negocio…ni la de los que se lo permiten.
No he escuchado nada en tal sentido, a pesar de que ha habido numerosos ejemplos como para tomar precauciones. Personalmente, no puedo dejar de recordar un hecho que ocurrió en la localidad de Biescas, en Huesca (España), el 7 de agosto de 1996, cuando una riada arrasó con el Camping Las Nieves, llevando a la muerte a 87 personas y dejando otras 183 heridas.
En aquel lugar, ya en 1910 se había intervenido el espacio de deyección del torrente, repoblando la masa forestal, encauzando las pequeñas aguas del río Arás, afluente del Río Gállego. Pese a todo, en 1913 se produjo un aluvión. Y en 1929, otro. Ambos con aguas arrasándolo todo, porque son torrentes que buscan su salida hacia el mar.
En nuestro norte ha ocurrido cosa similar. Tenemos enormes cauces de ríos en una zona seca, casi desértica. Espacios explotados hasta la saciedad con viviendas, calles, edificios, infraestructura de ciudad. Aunque se trata de cauces de ríos semi secos, de vez en cuando recuperan su caudal, según sean las precipitaciones en la cordillera. Más aún, si éstas no cuajan en forma de nieve. Y ya en el pasado ha habido inundaciones y riadas, como advertencia.
O sea, la naturaleza nos avisa. Nos indica que no va a aceptar más la agresión voraz de los hombres inescrupulosos, de los explotadores del suelo. Y de aquellos que los autorizan, que se lo permiten, previo pago de alguna prebenda o de algún favor transformado en dinero. Hay informes de expertos a los cuales no se les hace caso e incluso, se les oculta.
Miguel Ángel San Martín