La vida tiene caprichos que nos dejan atónitos. Este 2015 es el año en que en mi familia hemos conocido la cruel realidad de la muerte. La mazorca se ha ido desgranando en una forma insólita y no acabamos de despertar de esta pesadilla que nos agobia, que ensombrece nuestra mirada y aprieta nuestros corazones. Cinco primos, incluyendo a mi hermano Raúl, han fallecido en apenas seis meses. Tres de ellos, hermanos entre sí, cerrando el ciclo vital de la familia Quevedo San Martín.
A decir verdad, la danza triste de los últimos adioses, no nos da descanso.
Y surgen en mi ante esta circunstancia, dos reflexiones mayores. La primera de ellas, es que la muerte es una parte de la vida que nosotros no asumimos oportunamente, sino que nos percatamos de su existencia solamente cuando recibimos el mazazo de su llegada.
No hablamos de la muerte, seguramente, por temerle. Y eso es un error, porque, como he dicho, es un estado de la vida que debemos considerar, que debemos analizar y debemos prepararnos para recibirla en la mejor forma posible.
Entonces, debemos mantenernos activos, vitales y felices cuando nos acercamos al término del ciclo vital. Demostrar que la experiencia nos da capacidades e iniciativas positivas para el entorno familiar y social. Porque es una gran suerte llegar a la vida, vivirla con intensidad y despedirse de ella con la alegría de saber que el deber se ha cumplido.
La segunda reflexión que asumo en este instante se refiere a la familia. Porque es en el seno de los amores fraternos donde residen los refugios fundamentales para los sentimientos de dolor. Cuando aflora la desesperanza, cuando las lágrimas nos nublan la vista o cuando el dolor del alma nos aprieta la garganta, el pecho fraterno de la familia es el que nos acoge, nos protege y nos da el calor para retornar a la realidad que nos toca vivir.
Por ello, sugiero la necesidad de estrecharse en el abrazo cálido de la familia para consolarse y para poder seguir avanzando con vista serena y sonrisa en los labios. Familia integrada por consanguinidad, pero también por amistad, porque desde allí también se fortalecen los grupos humanos.
No debemos sentirnos abrumados por las inesperadas partidas de seres queridos. Para evitarlo, debemos estar preparados. Con serena lucidez, porque esta danza triste no tiene fin, es inexorable esta rueda que gira y gira, sin parar. Y ante tal realidad ya asumida, no olvidemos sonreír por la suerte que hemos tenido de poder vivirla con intensidad.
Miguel Ángel San Martín, Periodista.