Sin duda, el siglo XXI consagró adicciones que dejaron muy atrás las tradicionales. Hasta hace algunas décadas, parte de la población era simplemente drogadicta. Sin embargo, el avance tecnológico desató adicciones al televisor, videos juegos, al celular y a las redes sociales. Hoy existen millones de personas en el mundo que pasan días enteros (y también noches) consagradas a ellas, desconectadas totalmente de la realidad. Chile no es ajeno a este fenómeno.
Sin embargo, hay dos nuevas formas que preocupan, las cuales pueden denominarse con neologismos: la marchadicción y la tomadicción. ¿En qué consisten? La primera, en el enfermizo afán de marchar por la vía pública, portando carteles y gritando consignas. En nuestro país hoy todos marchan por todo: los empleados públicos, los profesores, los estudiantes, los vecinos en general. Y el objetivo es casi siempre llegar a La Moneda o a la intendencia regional, donde, con suerte, entregan una carta en la Oficina de Partes, y luego se van sin conseguir nada. Entremedio, encapuchados, destrozos, enfrentamientos con Carabineros, trastornos del tránsito y otros fenómenos. Queda en claro entonces que las marchas, por muy democráticas que sean, se convirtieron en inútil, peligrosa y desagradable rutina.
En cuanto a la tomadicción, como lo indica su nombre, corresponde al afán enfermizo de "tomarse", es decir, ocupar ilegalmente dependencias que no les pertenecen, sin importar que sean públicas o privadas. La ocupación de edificios fiscales tuvo su expresión máxima en la "invasión" estudiantil a La Moneda, hecho sin precedentes en la historia republicana. A ella se sumó, recientemente, la del Internado Barros Arana. La mayoría de las "tomas" significan tiempo perdido, centenares de millones de pesos en daños, por robos, suciedad y daños al equipamiento tecnológico e infraestructura. Y, peor aún, por lo general terminan por aburrimiento: casi nunca consiguen su objetivo.
¿Acaso no existen otros caminos para expresar inquietudes? Algunos pretenden culpar a los medios de comunicación. Pero estos brindan generoso espacio a marchas y tomas. Además, ¿olvidan que existen redes sociales? La modernidad indica que son una tribuna efectiva y mucho más potente que desfilar inútilmente por las calles, profanar templos y destrozar imágenes de culto, o simplemente ocupar por algunas horas determinadas oficinas.
Llegó el momento de reflexionar sobre la inutilidad de estas manifestaciones, que, definitivamente, se convirtieron en pretextos para que grupos de antisociales encapuchados se organicen para saquear, destrozar, agredir a la policía y alterar la tranquilidad ciudadana. Las causas pueden ser muy respetables y justas. Pero la respetabilidad y la justicia nunca han estado unidas a la violencia, que también parece haberse convertido en una adicción en nuestro país.
Raúl Rojas, Periodista y Académico