Desde hace tiempo, aun antes de Karadima, que se ha comenzado a descalificar globalmente a la Iglesia, se aprecia una falta de consideración, una burla e incluso un ataque abierto a los creyentes y sus creencias, también a sus signos y símbolos. El primero que comenzó a mofarse de las creencias católicas fue un panelista de un programa televisivo dominical que ridiculizaba el gesto litúrgico de golpearse el pecho, él se defendía de una supuesta imposición de las convicciones católicas, a las que se resistía heroicamente en nombre de la libertad de conciencia.
La cristofobia no tuvo mucho espacio en Chile debido al prestigio que tuvo la Iglesia Católica, muchas iglesias cristianas y otras confesiones religiosas durante la dictadura. No hubo un destape con visos de un laicismo básico como en España, el que dura hasta ahora. Lo que hay son escaramuzas un tanto esperpénticas, como aquellos ateos que salen a molestar a los predicadores callejeros; lo que importa mala educación antes que un argumento contrario a la fe. Pero no se trata de una cristofobia que se conforme con no estar de acuerdo con el cristianismo.
Hay un desdeñar y dañar los lugares de culto -esto es más nuevo- cometiendo flagrante sacrilegio, se sigue con los símbolos como las imágenes y a sus ministros, sobre todo por las inconsecuencias e inmoralidades de alguno de estos, casos que se incrementan peligrosamente cada cierto tiempo, en una secuencia de nunca acabar. Pero últimamente hay ataques al contenido de la fe cristiana que para los creyentes es bien difícil aceptar.
Un ejemplo que implica una presión para que los cristianos, no solamente los católicos, es la pretensión de que abjuremos de una parte importante de nuestra doctrina. El lobby abortista, que llama conservadores a quienes no nos plegamos a su utopía, impugna que el cristianismo defienda la vida, como si fuera una opinión menor y no un punto central de la fe. Cuando se les representa que el homicidio por aborto es una muestra clara de antihumanismo responden que no, que oponerse al aborto es una cuestión religiosa del fuero interno de los creyentes. Es decir, es correcto propagar una medida inmoral y no lo es la expresión religiosa pública.
En este caso hay un deseo de inhibir la libertad religiosa. Esa es la cristofobía, el odio al Cristo de la fe, a la fe que desde que la Patria existe hemos profesado la mayoría de los chilenos. Que esos grupos, más otros más, convenzan a la población con sus argumentos es una cosa, otra es negar un un derecho a los creyentes.
Rodrigo Larraín, Académico Facultad de Ciencias Sociales, U. Central