La primavera comienza a aparecer cuando los sones de las guitarras inundan los aires de nuestra tierra, el ambiente se torna fiestero y la sonrisa de la gente aparece por doquier, con la facilidad que brinda el buen vino o la chicha espumante y dulzona, saludando al cumpleaños del Chile que habitamos.
Y me gusta comprobar que los septiembres tienen los colores de la Patria y los sones de las cuecas, con sabores de nuestros campos y sus tradiciones. Me gusta el paisaje que se adorna con tales aires, porque demuestra la unión que nos legaron aquellos que fortalecieron los valores y principios que permanecen incólumes, marcados a fuego en las conciencias sociales.
Y de aquella herencia magnífica brotan ahora hechos y circunstancias que comienzan a transformarse en nuevas tradiciones, en emergentes patrimonios que surgen poderosos, distinguiéndonos en los panoramas sociales que nos circundan. Son las acciones solidarias, desinteresadas, generosas, amplias…
Cuando la salud todavía no es para todos, sino para los que puedan pagarla, surgen los sentimientos de apoyo y se organizan eventos que ayudan a paliar los altos costos que requiere la prolongación de una vida. Bingos, rifas, comidas, bailes…en fin, un arcoíris de iniciativas que emociona y que dignifica lo humano.
Cuando la desgracia se deja caer por sorpresa sobre una familia, convertida en incendio destructor, aparecen brazos que ayudan en la urgencia y voluntades que operan en la emergencia con la efectividad rápida, rotunda y decidida.
Cuando los barrios se ponen mustios de olvido e individualismo, surgen los liderazgos espontáneos, las voluntades de servicio que se levantan por sobre la pobreza y comienzan a entusiasmar a los vecinos con tareas de cultura sencilla, con trabajos comunitarios de bien común, con murales que dan rienda suelta a la Historia y a los anhelos que alegran la actividad poblacional.
Septiembre se me aparece como un mes privilegiado, porque al hombre lo convierte en más hombre; porque lo humano se eleva por sobre la desgracia y aporta manos repletas de solidaridad, sin más interés que la sonrisa inocente en rostros infantiles o la mirada plácida del viejo agradecido.
Y me gusta septiembre porque nos convertimos en hermanos de nuestros hermanos, porque sabemos bailar y reir, porque sabemos brindar por la tierra que nos vio nacer y por la libertad que nos permite seguir avanzando, que nos merecemos y que nos hará crecer en un futuro que nunca dejamos de soñar.
Miguel Angel San Martín Periodista.