La vergonzosa actuación del Sename, que ha reconocido que más de 200 menores han fallecido en una década, junto a una mala administración de los centros de atención para niños y niñas de Chile, debería hacernos reconocer el profundo fracaso del Estado para responder a esta urgente realidad.
Sorprende que el gobierno esté constantemente recordando principios de derechos humanos y que no haya puesto más atención al respeto de los derechos del niño. Parece que cuando los tratados internacionales nos condicionan a seguir los pasos de otras naciones, bajo el argumento de no quedarnos atrás, la atención se centra más en los grupos que hacen ruido pero olvidan a los que no pueden levantar su voz para defenderse o denunciar. Así se está dando con el proyecto de ley que promueve el aborto y la falta de atención a los signos claros que, desde hace más de una década, se constatan en centros del Sename, donde los maltratos y abusos son tan graves que han conducido a la muerte a 210 niños en la última década.
El tema trasciende a un gobierno en particular y debería ser objeto de atención de todos los chilenos, la indolencia ante la realidad que existe embarga a toda la sociedad y requiere de una renovada toma de conciencia de que es necesario diseñar políticas públicas integrales de atención a los menores. Los anuncios realizados por el ejecutivo, para mejorar las condiciones de vida de los hogares y niños, no pueden quedarse en medidas para atender lo inmediato pues lo que se necesita ahora son políticas claras que se proyecten al futuro, independientemente de los gobiernos que vendrán en los próximos años. No bastará con los $ 2.500 millones, destinados principalmente a la infraestructura e inmobiliario, hay que corregir los problemas de fondo y cambiar el rumbo que se lleva para humanizar la atención a los menores.
Sin abordar los problemas de la infancia, nada se saca con forzar reformas, ofrecer gratuidad, promover el aborto, o impulsar políticas cargadas de ideologías foráneas a la identidad nacional. Hay que humanizar y aprender de la experiencia de años de tantas instituciones que, principalmente desde la Iglesia Católica, han sido nido de acogida para tantos niños y niñas, que hoy sirven a la sociedad con una clara intención de trabajar para que los derechos de la infancia sean respetados.
Carlos Pellegrin Barrera Obispo de Chillán.