Son muchos, acaso miles, los que se preguntan qué impulsó a la televisión chilena a mirar hacia el pasado. La mayoría piensa que lo hizo para recuperar sintonía, ante la creciente mediocridad de los programas actuales, caracterizados principalmente por la vulgaridad del lenguaje. Este fenómeno incluye teleseries, humoristas, festivales, animadores, panelistas, "opinólogos", etcétera.
No hay que sorprenderse por ver nuevamente en pantalla La Pequeña Casa en la Pradera y el anunciado retorno del Jappening con Ja. Ya en 2015, Canal 13 experimentó con antiguos capítulos de Sábado Gigante y Viva el lunes. Fue la primera señal de alerta de cansancio masivo del uso de la grosería, que hoy afecta a buena parte del país.
Los defensores del habla vulgar afirman que es un mito que los chilenos usemos un promedio de 400 palabras en cotidianamente, de un total de 230 mil existentes en español. Lo peor: de esos 400 vocablos, la mayoría son garabatos. Basta con salir a la calle o conversar para darse cuenta de que esto es efectivo. Afecta a hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos. Hoy no se descalifica a nadie por ser ordinario o usar "lenguaje de carretonero", como se decía antes. Al contrario, se considera algo normal. Algunos dicen que hasta es "una gracia".
Gran parte del mal lenguaje nacional se concentra en la llamada sexolalia, es decir en términos vinculados con lo sexual, con los genitales, con la vida íntima. La lectura va en retirada. Diversos estudios demuestran que el 80% de los chilenos no lee más de dos libros cada año. Y lo que es peor: el nivel de comprensión alcanza un porcentaje similar.
¿Puede sorprender, entonces, que el público acoja, feliz, el retorno de programas en los que no se decía groserías y se necesitaba inteligencia para ser humorista o tener alta teleaudiencia?
Mejorar la forma en que hablamos y escribimos requiere de un gigantesco esfuerzo colectivo, que incluya hasta a las máximas autoridades del país. También demanda mayor interés por aprender a hablar correctamente nuestro idioma. Nada obtenemos con dominar el inglés, el francés y hasta el chino mandarín, todos tan de moda hoy, si no somos capaces de conversar sin un garabato cada 10 segundos, que es lo que sucede hoy. El más reciente ejemplo se dio en la votación del reajuste del sector público, en la Cámara de Diputados, donde la presidenta de la CUT profirió toda clase de groserías contra el ministro de Hacienda.
Lo que ocurrió en TV es y debe ser una potente señal de alerta no sólo para ese medio, sino para los que incorporaron la grosería a su estilo de vida y la utilizan en la convicción de que así son "modernos" o "juveniles". Esto ocurre fuera y dentro de la TV.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.