No dejo de pensar en aquel grupo de muchachos que, antes de alcanzar la gloria deportiva en una final de fútbol, en un segundo la vida se les fue. Y nos quedamos mudos ante el horror de la tragedia, restregándonos los ojos tratando de ocultar la dura realidad.
El mundo despertó vistiendo de verde, llenando de gestos de honor a los caídos. En idiomas distintos, con rostros diferentes y cantos extraños, se despidió a aquellos muchachos ausentes hoy de la victoria.
Se abrazó la familia humana. Y nos queda la enseñanza de que la vida es efímera y que debemos prepararnos para enfrentarla día a día.
La muerte de 71 personas en un trágico accidente -¿evitable?- nos lleva a la reflexión sobre nuestro tránsito vital, mirando de reojo las experiencias ajenas, pero fijándonos en la ruta propia, vistiéndola con todas las posibilidades, las de las risas y las del dolor, las de las proyecciones programadas y las de los imprevistos refulgentes y dramáticos.
Porque la vida nos depara sorpresas en cada esquina. Sabemos cómo comienza el día cuando abrimos los ojos y vemos la claridad del alba. Pero no sabemos cómo los cerraremos en el ocaso del sol. Y entre una hora y otra, del tiempo cronológico que nos fijamos, el transcurso vital se traslada de un lugar a otro, de un estado a otro, en una dinámica imparable, extraña, insondable.
¿Qué debemos hacer en tales circunstancias? ¡Vivir con naturalidad!. Aceptar lo que se nos presenta con la inteligencia de la cual estamos dotados. Planificar solamente lo planificable, pero tratar de disfrutar el hoy y el ahora con la misma intensidad de la imaginación.
Despleguemos nuestra capacidad de amar sin medidas ni barreras autoimpuestas. Desarrollemos la palabra "amor" en toda su extensión. Y abramos nuestro corazón para recibirla cuantas veces nos la digan. Y abramos también los brazos para cobijarnos mutuamente en el manto de la solidaridad: si estás bien tú, también lo estaré yo. Y juntos avanzaremos por el camino de la felicidad. Felicidad que se construye a cada momento, con generosidad, con tolerancia, con amplitud de criterios, con humildad.
La felicidad es un derecho y una obligación. Y no es un elemento grande que nos invade el cuerpo y el alma, sino son muchos chiquititos que descubrimos en cada momento, en cada circunstancia, en cada rincón el alma.
Disfrutemos cada instante de la vida. Es un soplo, solamente. Y cuando termine, que nos sorprenda ese final con una sonrisa en los labios y la conciencia tranquila por haberla sabido vivir.
Miguel Ángel San Martín Periodista.