Si se tratara de parafrasear a Gabriel García Márquez, bien podría decirse que el pavoroso siniestro de Valparaíso el lunes último fue la "Crónica de un incendio anunciado". Todos sabían que iba a suceder. Pero muy pocos hicieron algo para prevenirlo. Entre estos últimos, bomberos del puerto que, hace bastante tiempo ya, advirtieron sobre el peligro, y nadie les hizo caso.
Cuando en 2014 se produjo el enorme incendio en los cerros, que esa vez afectó a por lo menos diez mil personas, todos alzaron sus voces: el gobierno, los parlamentarios, las autoridades municipales, etcétera. El clamor general fue: "¡Esto no puede ocurrir nunca más". Pero sucedió. Las ocupaciones y construcciones ilegales en terreno de alto peligro continuaron. Las vías de acceso siguieron siendo estrechas. Las quebradas, tradicionales botaderos de basuras, mantuvieron su condición. Se instalaron algunos grifos callejeros, pero con poca o cero presión. En fin, se hizo todo lo que no se debía hacer.
Los "redentores del pueblo", que en Chile abusan, hicieron gala de su retórica y su más populista oratoria. Anunciaron recursos para "construir en lugares nuevos y seguros, con mejores materiales". Expresaron preocupación por las vidas humanas, "denunciaron" a granel y al por mayor, anticiparon proyectos de ley. Recordaron que Valparaíso es patrimonio de la humanidad, etcétera. Lograron titulares de primera página en los diarios y minutos preferentes en los principales canales de TV.
¿Y qué viene ahora? Lo de siempre. Colegios habilitados como centros de acogida de emergencia, repartición de colchonetas, llamados a los particulares a ayudar. O sea, sin novedad en el frente, igual que el título de la novela de Erich María Remarque. ¿Qué más viene? Una competencia de anuncios sobre rápida y pronta ayuda para ayudar a la recuperación de los damnificados, maratón de proyectos de ley para que "esto no vuelva a suceder".
Y, por último, un vaticinio, no precisamente optimista: la gente, los pobres, volverán dónde estaban. Levantarán sus "ranchas" con sangre, sudor y lágrimas y pronto serán olvidados, como lo fueron las familias de 2014, como lo han sido cientos de miles de chilenos que han sufrido tragedias similares. Más allá del espectáculo pirotécnico en el mar, lo que sucedió en Valparaíso fue realmente un infeliz Año Nuevo, con un dolor que el fuerte viento esparció más allá de los cerros y alcanzó nivel nacional. Los que sufrieron directamente ya tienen una certeza: las viviendas, sus camas, sus muebles, sus modestos televisores, el alcantarillado, en fin, todo lo que es normal, no reconstruye con anuncios.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.