Hace sólo unos días, nuestro amigo gráfico Héctor Barriga se bajó de este mundo. Y nos dejó la congoja convertida en interrogante del por qué.
Era un hombre sencillo y luchador. A los problemas los enfrentaba con entereza, con decisión y con la viveza del que se la pelea cada día con ingenio, con esfuerzo y con la sonrisa en los labios. Sabía desligar lo personal de lo profesional con el fino bisturí de la ética que cada cual se inventa. Y lo profesional de lo amical, con el sentimiento claro del que entrega sin esperar nada a cambio. Por lo tanto, su vida la desarrollaba en esos tres planos diferentes, desdoblando la profesión de la amistad, ocultando las tristezas personales que lo agobiaban.
Nosotros disfrutamos de su amistad sonriente e ingeniosa, de su profesionalidad sin límites en los esfuerzos, porque cada día buscaba perfeccionarse y encontrar los mejores ángulos para la nota gráfica que acompañaba a las palabras del redactor. Y, con la humildad de los humildes, se acercaba a quien sabía más para aprender más.
Fui cercano a él. Quién sabe si por mis años o porque éramos vecinos en población digna del Chillán post terremoto. Conversábamos de lo humano y lo divino, del trabajo y la diversión. Y entre conversa y conversa, me deslizaba parte de sus problemas. Yo, a lo práctico, le ayudaba a buscar la solución inmediata, sin darme cuenta que la inmediatez me tapaba el paisaje humano global. Mi mirada era corta y sus problemas, largos.
De ahí que saco conclusiones convertidas en enseñanzas para pensar con mayor profundidad sobre la deshumanización del ser humano. Porque nos ponemos junto a los demás, pero no vemos en su real magnitud a quien tenemos al lado. Estamos convertidos en seres individuales. Nos prima lo personal, cuando deberíamos convertirnos en una parte importante del engranaje de nuestra sociedad.
Individualismo excluyente, sin sentimiento colectivo. Si somos seres sociales, ¿por qué dividimos el mundo en múltiples metros cuadrados? Si convirtiéramos esos metros cuadrados en partes armónicas de mosaicos bellos, valdría la pena construirlos cotidianamente. Pero si los desarrollamos en forma egoísta, sin fijarnos en el del lado, ni compartir con él los matices que otorgan validez cromática a la vida, estamos condenados al personalismo chato que paraliza y oscurece los atardeceres de la vida.
Y nos condena, también, a perder a los Héctor Barriga que son capaces de detener el mundo para bajarse, cansados de luchar contra tanta soledad.
Miguel Ángel San Martín Periodista.