Eso dicen respecto a los sismos mundiales, muchos cronistas, agregando que 9.8 son los grados de mayor intensidad que indican los registros. Ocurrió una tarde de domingo, cuando recién nos levantábamos de nuestra sobremesa del almuerzo. Mientras se estremecía el edificio de dos pisos que habitábamos, arrancamos a la calle. Siempre he dicho que ese terremoto no solo lo sentimos. También lo vimos y con nuestros desorbitados ojos, vimos como una torre de SAESA (Sociedad Austral de Electricidad) como un péndulo de reloj amenazaba con caerse. En tanto en la calle, el pavimento funcionaba como una ola de mar, la superficie subía y bajaba. Un espectáculo sin límites, donde vimos a muchos de nuestros vecinos en actitud de imploración a lo alto, con una plegaria inolvidable. Como fue de día, todos los sentidos funcionaron a la par del movimiento.
Poco a poco todo se aplacó. Nos dedicamos a ver cuánto se había destruido y cuanto habíamos salvado. Y naturalmente saber cómo estaban nuestros amigos y parientes.
Acompañados de las seguidillas interminables de las réplicas, nos fuimos informando y haciendo planes para volver a la normalidad.
En la línea de observación y dadas las características del sismo, comenzamos a saber, cuál había sido la realidad nacional, en tanto, paralelamente apreciamos que siendo tan alta la intensidad del sismo, las víctimas, de acuerdo a las noticias eran afortunadamente pocas. Íntimamente los que tuvimos la desgracia de vivir el terremoto de 1939 en Chillán, estábamos esta vez muy lejanos a aquella cifra. Tan pronto pudimos, comenzamos a recorrer las calles valdivianas y junto con esa experiencia a lamentar el estado en que quedó la Avenida Costanera y los edificios emblemáticos de los valdivianos. "Catástrofe en el Paraíso" fue el título que posteriormente escribió el celebrado periodista de entonces Luis Hernández Parker, quien había sido enviado por su diario "El Mercurio", para que observase y mandase al diario sus observaciones. Recomiendo la lectura de ese libro a quien desee una información más cabal.
Lo más sorprendente vino después de varios días del sismo. A todos nosotros nos preocupó la odisea del Lago Riñihüe que anunciaba desbordarse con grandes pérdidas humanas y materiales. Un ingeniero, Raúl Sáez, estaba haciendo lo posible con cientos de trabajadores para que eso no fuera tan violento.
Como en los cataclismos, la ayuda se hizo presente desde todos los puntos del globo. Muchos pedíamos que nos visitara el Presidente de Chile, don Jorge Alessandri Rodríguez. Le pedimos a nuestra parlamentaria que lo hiciera. Doña Inés Henríquez no tuvo éxito. El presidente nos visitó en agosto, cuando ya el Riñihüe hizo lo suyo y todo estaba normalizándose. Hasta aquí mis recuerdos de aquel 22 de mayo de 1960, cuando ya han pasado 57 años. La esplendorosa Valdivia de hoy es la mejor demostración de su valor ciudadano.
Por Carlos René Ibacache I. Miembro Correspondiente por Chillán de la Academia Chilena de la Lengua.