La nueva obsesión de los chilenos es el espionaje. Si usted no denuncia que se siente espiado o que han hurgado en su vida profesional o privada, o en sus asuntos de negocios, eso puede significar que no es importante o, peor aún, que está pasado de moda. Pensará que nadie se interesa por su persona o por lo que hace. Y más terrible todavía: no aparecerá en ningún medio de comunicación del país.
Este año el tema comenzó con la Sociedad de Fomento Fabril que, en una extraña conducta, denunció espionaje electrónico, con micrófonos supuestamente instalados en las oficinas de sus directivos. Lo raro es que demoró una semana en hacerlo y antes contrató un experto para que "barriera" las dependencias y las pusiera a salvo de los 007 "chilensis" que quisieran interiorizarse de sus secretos. Lo raro es que ahora el experto se convirtió en imputado, en el mismo caso.
La organización ni siquiera planteó alguna hipótesis sobre causas de espionaje. No explicó cómo alguien pudo llegar a la presidencia e instalar tranquilamente un dispositivo como éste. Desafío al lector a que intente ingresar al Edificio de la Industria. ¡Tendrá suerte si pasa más allá de la recepción!
La empresa Carozzi no demoró en seguir la tendencia y denunció espionaje en sus oficinas. Poco tiempo pasó para que la Asociación de Exportadores planteara que también sufrían vigilancia misteriosa. La guinda de la torta la puso la Clínica Santa María, con una acusación similar. Ninguno, igual que la Sofofa, explicó las razones del supuesto espionaje.
Pocos saben que, desde 2010, se presentaron 2.106 cargos de espionaje ante los tribunales. Sólo el 6,6% llegó a condena, porque no existieron pruebas suficientes, no perseveraron en las denuncias y por otras razones. Los demás fueron archivados. Lo que pasa es lo que dijimos al principio: el tema está de moda. Muchos creen que ser espiado les da una aureola de importancia, de trascendencia. Piensan que los medios y la gente concentrarán su atención en ellos. No saben, parece, que el chileno de hoy no siente el más mínimo interés. Le importa un rábano el espionaje. Más aún cuando no se existen o no se explican claramente los objetivos que habrían perseguido los émulos criollos de James Bond.
Ojalá que la tendencia no se extienda a regiones. En el caso de Chillán, San Carlos y otros puntos de atracción, alguien podría denunciar que están espiando cómo se fabrican las sabrosas longanizas, arrollados y sustancias que, por más de un siglo, han sido símbolos de la zona. Esta columna termina apresuradamente, antes de que el director o el secretario de Redacción espíen sus contenidos.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.