Así se llama una obra escrita por don César Hernández Riquelme. Las 205 páginas, constituyen una verdadera revelación de patrimonio humano, que se generó en un sector de Ñuble, la localidad de Huépil, en cuyo territorio existe la hacienda Rucamanqui que fue el escenario en que se ambientó este libro, porque allí en sus bosques se perdió un niño. Esta historia fue posible que la conozcamos gracias a la capacidad narrativa de su autor, que en la prolijidad del investigador se decidió a indagar los antecedentes de este singular hecho. Los antecedentes que logró reunir en su consulta a centenares de vecinos que conocían esta pérdida, logró construir con tales datos el argumento de esta historia, que ya se estaba transformando en leyenda.
La odisea que motivó su búsqueda, la importancia que los vecinos de Huépil le brindaron a este episodio, las personas que colaboraron y que participaron en esta aventura y que culminó con el encuentro ya no del niño sino del adolescente le brindó al autor de este libro el material suficiente para redactar esta historia, incluso el apoyo de personas iluminadas por el sentimiento de la solidaridad, le permitió al autor transformarlos en personajes de su compromiso narrador. Y esta faena literaria, que nos permite calificar a este autor como un auténtico y real protagonista del género narrativo, más meritorio aún, si pensamos que es su primer libro.
El personaje protagónico de esta historia es el niño del bosque, del cual se ignora todo, empezando por su nacimiento. La primera obligación de quienes lo encontraron fu procurar adaptarlo a la nueva vida que para él comenzaba y en este tema, la educación es lo principal, junto con todos los cuidados y consejos que necesita para aprender a vivir en un medio absolutamente distinto al que tuvo en el bosque, durante tantos años. Una de las primeras tareas, fue ponerle un nombre que lo identificara. El elegido fue Fillo Cuatro. Fillo, porque era el sonido que él le escuchaba a los pajaritos del bosque que emitían un sonido parecido a la pronunciación de fillo, fillo, y cuatro, porque fue encontrado en la Cuarta sección de la Hacienda Rucamanqui. En atención a que con ese nombre no podía inscribirse en el Registro Civil, lo bautizaron con el nombre de Juan de Dios Hallado Rucamanqui.
Personas con alto espíritu solidario acogieron la tarea de hacerse cargo de él con todo lo que significaba su recuperación. De ese modo, con sus nombres y fotografías. Leer este libro es un acto de reconocimiento a este nuevo escritor, profesionalmente Ingeniero Forestal. Lo felicitamos por su ingreso a las humanidades, campo en que se desenvuelven los altos valores de la educación, la solidaridad y la fraternidad, propias de un ser humanista. Y muchas gracias, a quienes nos atendieron en Huépil, localidad oficialmente administrada por la Municipalidad de Tucapel, que hasta nos recibió con una filarmónica Juvenil, y nos despidió con un amable cóctel, con su alcalde a la cabeza.
Por Carlos René Ibacache I. Miembro Correspondiente por Chillán de la Academia Chilena de la Lengua Española