El Duodécimo Estudio Nacional de Drogas, conocido recientemente, reveló una realidad alarmante: el consumo de marihuana, tranquilizantes y analgésicos sin receta médica aumentó notoriamente. No sólo en relación a 2014, año del último estudio, sino en comparación con los últimos siete años.
Dejando de lado la marihuana, tema que da para un análisis separado, es importante observar lo que ocurre con los tranquilizantes y analgésicos sin receta médica. ¿Por qué los consume la población? La respuesta: para sobrevivir en un país donde el 60% de sus habitantes ha sufrido, sufre o sufrirá algún episodio de depresión durante sus vidas. Porque más de 700 mil trabajadores sufren de estrés laboral y más de 1 millón de estrés personal. A ellos se suma el 63,2% de los chilenos que padecen trastornos del sueño y los 5 millones que padecen de dolor crónico. Esto, sin mencionar a los que padecen ansiedad.
La salud mental de nuestra población es el punto más débil del presupuesto del Ministerio de Salud, con el 2,4% del total de esa cartera, en circunstancias que debería ser por lo menos de un 5%. Sobre todo, si se tiene presente que más de un 90% de las consultas médicas corresponden a trastornos psicosomáticos. Es decir, se originan en la mente de las personas.
La atención médica, pública y privada, está a años luz de preocuparse del tema. Pese a algunas excepciones, gran parte de los facultativos carece de inteligencia emocional y de habilidades como empatía que le permitan acoger a los pacientes. Es más, las consultas de hoy duran como máximo 15 minutos. En este escenario, la gente busca algo de paz y tranquilidad. La mayoría de los facultativos se niega a prescribir tranquilizantes. Entonces, surge el fenómeno de la compra y venta en forma ilegal, a través de amigos o en las ferias libres. En estas últimas, las policías han detectado casos de comercio clandestino a precios hasta 10 veces superiores a los normales.
¿Por qué la depresión, el estrés, los trastornos del sueño? Estamos viviendo en forma desesperada, bajo presión, aplastados por la prisa, la exigencia de metas laborales, malas relaciones en el trabajo y problemas similares.
El diagnóstico es ingrato, sobre todo al comenzar el año. Pero debemos hacer un esfuerzo extraordinario para recuperar, o por lo menos acceder, a un estilo de vida mejor que el actual. Si no asumimos esta realidad, las consecuencias pueden ser aún más serias para la población.