Advertencia
Detrás de estos anuncios hay sin lugar a dudas un aspecto mucho más relevante, en relación a las expectativas que tienen los propios ñublensinos de este nuevo estatus. En Chile, antes de la llegada de las redes sociales, existía un verdadero tráfico de venta de bases de datos.
El escándalo de la filtración de datos privados de 50 millones de estadounidenses usuarios de Facebook confirmó uno de los múltiples peligros a que nos exponen las redes sociales. Aclaración: este columnista no es enemigo de ellas, sino partidario de su buen uso.
Con dureza, señalemos que cualquiera hoy puede contar con las redes sociales y darles el uso que se les antoje. Obviamente, con buenos o malos fines, con buen o vulgar lenguaje, con loables o siniestros propósitos. En el caso que comentamos, se confirmó no sólo la fragilidad del sistema, sino el término oficial de la vida privada de los afectados.
Es increíble la cantidad de información que la gente ingresa a las redes, vía texto, vía fotografías. No se trata sólo de sus domicilios, documentos de identidad, trabajo, cuentas bancarias, situación crediticia, puntos de vista, religión, sino de muchos otros antecedentes que, mal usados, pueden dañar irreversiblemente a las personas.
Pero no hay que escandalizarse por lo sucedido en Estados Unidos. El fenómeno ocurre a nivel a mundial desde hace varios años. En Chile, para no ir más lejos, antes de la llegada de las redes sociales, existía un verdadero tráfico de venta de bases de datos, en el cual participaban casas comerciales, vendedores, bancos, compañía de servicios públicos y privados y diversas instituciones. Tal práctica ha disminuido, porque el mercado es chico. Igual se mantiene. Así, nadie debe sorprenderse por recibir en su celular, su correo o su notebook mensajes en que le ofrecen créditos, productos nuevos, potenciar su energía sexual, curar el reumatismo, titularse sin estudiar, adelgazar comiendo, cursar un diplomado o un magíster. La oferta es inagotable y muy variada. Lo malo es que cansa y resta tiempo. Un estudio internacional demuestra que por lo menos 30 minutos de la jornada laboral se gastan en desechar el llamado "correo basura", al cual ingresaron triunfalmente Facebook y Whatsapp, junto a Twitter. Y esto para no hablar de las fotos que se transmiten a través de otras redes, no todas precisamente santas. Ni del tiempo consagrado a responder ofertas telefónicas.
Frente a este escenario es donde surgen las legítimas dudas que asaltan a muchos, científicos o no. ¿No se habrá creado un monstruo que se está volviendo incontrolable? ¿Estamos ante un Frankestein informático? Esos parecen pensar, por lo menos, los cientos de miles de ciudadanos, estadounidenses y de otras nacionalidades que abandonaron Facebook. ¡Si hasta su creador pidió perdón!
Tal vez sea el momento de iniciar un estudio a nivel internacional sobre la forma de terminar con abusos como el que mencionamos. No todo está permitido en nombre del progreso y de la informática. El límite se encuentra en las personas, con cuyas vidas no se puede traficar.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.