Nadie puede asombrarse por la destrucción parcial del Liceo Miguel Luis Amunátegui, a causa de una "toma" apoyada por un grupo de estudiantes, entre los cuales había por lo menos dos mayores de edad, bastante alejados del tiempo de vestir uniforme. Era un hecho que se veía venir. Durante años, educandos de numerosos colegios, en lugar de consagrarse en aprender, lo han hecho en ocupar establecimientos, bajo las más increíbles demandas, muchas de ellas de inspiración política. Durante años también ensuciaron salas y destruyeron instalaciones. Al parecer, el alto grado de impunidad que lograron los alentó a ir a más allá.
Lo patético es que, en este tipo de hechos, los protagonistas son siempre unos pocos, que se arrogan la representación de la mayoría. Es más, como en el caso que comentamos, 50 adolescentes no vacilaron en perjudicar a 700 compañeros que realmente iban al colegio a estudiar. Sin duda, ni siquiera pensaron que, si incendiaban instalaciones y quemaban libros de clases, estarían dañando no sólo a sus pares, sino a la sociedad toda. Lo inaceptable es que desataron violencia hasta niveles increíbles, como acelerantes incendiarios, palos, piedras, agresión a la fuerza pública y otros episodios.
Vivimos en un "Chile nuevo". Comienza el año escolar y, simultáneamente, comienza el año de tomas. Un grupo de jóvenes, ignorando que los liceos los financian todos los chilenos, se apodera de recintos de estudio, instala sillas y letreros y se arroga autoridad para impedir o autorizar la entrada. Está sucediendo en numerosos colegios del país. No sólo en Santiago.
De allí la enérgica reacción del alcalde Gustavo Alessandri, quien decretó el cierre del semestre, y luego del año escolar. Desde luego, los padres de alumnos normales protestaron, en uso de su legítimo derecho. Pero hay algo claro: lo que sucedió fue la gota que rebasó el vaso de la paciencia, no sólo de las autoridades, sino de la sociedad toda. De allí también la decisión de aplicar la antigua medida: "El que rompe, paga".
No se trata de terminar con la educación en Chile, como dirán algunos extremistas, sino de recuperar su verdadero sentido. A miles de kilómetros de distancia, el presidente francés, Emmanuel Macron, llamó a un joven a respetarlo y advirtió: "Primero, hay que diplomarse. Después, protestar". Es la versión moderna de una frase de mi padre que ya cité una vez: "Al colegio se va a estudiar. Después, ya tendrá tiempo para otras cosas". Ojalá que lo sucedido en el Liceo Amunátegui sea el principio del fin. Los liceos, universidades e institutos profesionales no son campos de batalla ni escondites de vándalos. Sencillamente, son lugares en que uno debe prepararse para enfrentar la vida.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.