El pasado 14 de octubre, el Papa Francisco canonizó a siete nuevos santos, entre ellos, al Papa Pablo VI y al obispo salvadoreño, Óscar Romero. Los dos nos muestran un rostro de Iglesia del que tenemos mucho que aprender.
Pablo VI fue el Papa del Concilio Vaticano II, que convocó inicialmente Juan XXIII. Y el Vaticano II nos ayudó a una nueva comprensión de la Iglesia y de su misión en el mundo.
La Iglesia es, ante todo, pueblo de Dios, donde todos somos hermanos y protagonistas; lo que nos une -la común vocación de bautizados- está antes que lo que nos distingue y diferencia. La Iglesia, además, está íntimamente unida a la historia de la humanidad a la que busca servir, y los gozos y esperanzas, las angustias y las tristezas de los hombres de nuestro tiempo, son también las suyas. Por eso el talante de la Iglesia del Concilio y de Pablo VI es la comunión y el servicio.
En medio de este mundo, la dicha de la Iglesia es evangelizar, anunciar a Jesús, nos recuerda Pablo VI en la Exhortación Evangelii Nuntiandi. Pero esta misión no se hace mediante la imposición, sino privilegiando el testimonio y el diálogo. Lo que implica no sólo entregar un mensaje, sino también recibir del mundo. "La Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano", dice el Concilio. No sólo enseñamos o damos lecciones, sino que también nos dejamos enseñar y acompañar.
Óscar Romero, por su parte, representa de manera muy potente el vínculo de la Iglesia con los pobres y con la lucha por la justicia.
Elegido arzobispo de San Salvador en 1977, Óscar Romero vivió una profunda conversión al constatar la pobreza y la opresión del pueblo salvadoreño, en tiempos de violencia y represión política y militar. Supo situarse al lado de los más vulnerables y comprendió que el amor cristiano no podía ser indiferente a la necesidad de justicia. Comprendió que la opción por los pobres tiene su raíz en el evangelio de Jesús y debe volcar a toda la Iglesia no sólo en un servicio asistencial a los más desfavorecidos, sino en la lucha por estructuras más justas. Óscar Romero es santo porque "en nombre de Dios" se unió a los padecimientos de su pueblo, como cuando dijo: "En nombre de Dios, cese la represión".
Pablo VI y Óscar Romero están inspirando el ministerio del Papa Francisco, y se nos ofrecen como testigos para inspirar hoy nuestro modo de ser Iglesia.
Sergio Pérez de Arce A. Administrador Apostólico. Obispado de Chillán.