Para muchos, las fiestas de fin de año son sinónimo de endeudamiento, gastos, apariencia, y un sinfín de términos que no representan el verdadero sentido de lo que realmente celebramos cada año. Navidad pasó a ser sinónimo de regalos y más regalos, en donde el Niño Dios ha perdido el protagonismo verdadero.
Una de las frases más recordadas del libro de Eclesiastés señala: "vanidad de vanidades, todo es vanidad", en donde "vanidad" hace alusión al vacío, la ilusión y el engaño. Siendo una ilusión, la "vanidad" es como aquello que experimentamos cuando viajamos en días de sol del verano, y divisamos al final del camino una pequeña mancha de agua que cubre el horizonte, cuya imagen se transforma finalmente en sólo una ilusión óptica que engaña nuestros sentidos. Si nos dejamos guiar sólo por los sentidos, lo superficial, lo aparente, al final del camino no hay nada, sólo es ilusión; esto es lo que vivimos cuando llenamos nuestras vidas de aquello que es pasajero, o hacemos que sea importante algo que aparenta ser esencial en nuestras vidas.
La "vanidad" en sentido bíblico es "estar vacío del amor y la presencia de Dios y al plasmar estas condiciones en el comportamiento, va quedando clara la condición de la vida humana sin la presencia de Dios y sin el alimento de los principios de la vida para el corazón y la mente", entonces lo único que puede llenar nuestros vacíos es Dios mismo, su luz y su verdad.
La verdadera Navidad se vive realmente cuando lo que celebramos en esta fiesta tiene como sentido el "llenarse" del amor de Dios, quien nace en el pesebre de Belén, y que quiere permanecer en cada de uno de nosotros, en nuestras familias y en nuestra sociedad, como el mejor "regalo" que podemos acoger hoy. La Navidad apunta a algo profundo, a lo que tiene raíz y, por tanto, tiene firmeza y consistencia, es Dios mismo que se nos regala en Jesús de Nazaret. Navidad no es vanidad, si nos centramos en aquello que es realmente importante en la vida, es decir, la presencia de Dios. Dejemos, por tanto, que en este mes que ya comienza vayamos llenando poco a poco nuestra vida de aquello que es esencial: el amor de Dios y su Verdad, no dejemos que otras cosas traten de alimentar esa necesidad que tenemos del Amor de Dios.
Pbro. Héctor Aranda Mella. Licenciado en
Comunicación Social Institucional, Obispado de Chillán.