Terminó la magia del verano. En forma abrupta, pero absolutamente de acuerdo al calendario, quedaron atrás las banalidades de los festivales de la canción, la preocupación nacional de por qué algunos cantantes se pintan las uñas, las "galas", los smokings y vestidos de noche, "el beso de los animadores", etcétera. Fueron reemplazadas, en menos de 24 horas, por urgentes y reales preocupaciones: comprar útiles, libros y uniformes escolares, pagar matrículas y mensualidades y prepararse para cancelar las contribuciones de bienes raíces y el permiso de circulación. También por las denuncias de pornografías y hackeo en las redes sociales.
La particular idiosincrasia del chileno suspende la vida real todos los 1 de enero y retorna a ella el 28 de febrero. En dos meses, gran parte de la ciudadanía finge olvidar sus tribulaciones y las reemplaza por un descanso lleno de futilidades. Se compromete con créditos y viaja a donde pueda, dentro y fuera del país, a fin de olvidar, según afirma, el estrés del trabajo diario. Pareciera no importarle pasar los diez u once meses restantes pagando el precio de su descanso.
No estoy escribiendo para postular que nos convirtamos en un país de tontos graves y trabajólicos, sino para entender algo que es sentido común: la vida, inexorablemente, continúa. No hay pausa. Es así cómo, al comenzar marzo, nos reencontramos con la palabra "colusión". Hace meses que no estaba en el habla diaria. Más bien, desde hace algunos años, cuando se denunciaron los acuerdos de precios del papel higiénico y de las farmacias, que terminaron con los acuerdos de rigor.
Hoy, el tema corresponde a los pollos. El Tribunal de Defensa de la Libre Competencia sancionó con multas por US$ 12 millones a tres grandes cadenas de supermercados por concertar precios de la carne de ave fresca, entre 2008 y 2011. Los singular es que, por la misma razón, antes fueron sancionadas tres productoras, por un monto de US$ 55 millones. El abuso, se repite. También los protagonistas: productores, distribuidores y consumidores.
Como los optimistas jamás pierden la esperanza, de nuevo se anuncian recursos, a la espera de una compensación. Ojalá no suceda lo mismo que con la "colusión del confort", donde esperaron años para recibir una modesta suma de consuelo. Lo sucedido ratifica que, pese a los años de economía de libre mercado y a los discursos de "buenas prácticas", en Chile continúan imperando los excesos y abusos, en directo perjuicio de los consumidores. Perjuicio que afecta a los sectores altos, medio y modesto. A fin de cuentas, ¿quién no usa papel higiénico, consume medicamentos o de vez en cuando, se come un pollo? Tal vez por eso, en esta ocasión, nadie está dispuesto a "morir pollo".
Raúl Rojas, Periodista y Académico.