Está de moda una barbaridad llamada "lenguaje inclusivo". Inspirada en la igualdad de género, motivada por el feminismo internacional, postula cambiar numerosas palabras de uso habitual y reemplazarlas por otras que parecen más de acuerdo con "los tiempos" y con "el cambio". Los ejemplos abundan. En 2018, el más llamativo fue el que pretendió reemplazar "todos" por "todes" o por "todx". Ahora, se plantea la posibilidad de emplear "abuelito" o "abuelita" por "adulto mayor", lo cual resulta, para decirlo de una vez por todas, grotesco e inútil. Absurdo.
Los impulsores del cambio se refugian en el viejo concepto de que el lenguaje es algo vivo, en permanente evolución. Pero evolución no significa necesariamente degeneración.
El tema no está sólo relacionado con el feminismo, sino también con el idioma encriptado de las redes sociales, que sirven de refugio a muchos ignorantes. En el caso de los abuelos, que ésa es la palabra, se sostiene que los diminutivos son peyorativos y que "abuelito" o "abuelita" implican compasión para quienes ostentan tal grado de relación familiar. A los "renovadores" tampoco les gusta "tata". Lo que proponen a cambio desborda el límite de la tontería. ¿Se imagina a la nieta llamando a su abuelo: "Oiga, adulto mayor, ¿por qué no me lleva a pasear y me compra un juguete?" Y a la abuela: "Adulta mayora, ¿por qué no vamos a los columpios y a la cama elástica?" Un colega periodista no vaciló en calificar la iniciativa de grotesca.
Es cierto que, a veces, los cambios aciertan. Por ejemplo, la virtual desaparición del vocablo "discapacitado" y su reemplazo por la expresión "movilidad reducida". Sin embargo, ese es otro asunto. La Academia Chilena de la Lengua organizó una conversación pública -antes se llamaba encuentro- sobre "Sexo, género y gramática". Afirman que el Gobierno también tiene el tema entre sus prioridades. En el caso de este último, muchos olvidan que las prioridades de su programa fueron desarrollo económico y social, acompañadas de mayor seguridad ciudadana.
El tema del lenguaje da para muchas columnas. No me gustan los diminutivos ni las metáforas. Cuando alguien me dice: "Usted es gordito y tiene mucha experiencia", con toda cortesía respondo: "No, soy gordo y viejo". Y punto. Sé que a los cojos les indigna que los llamen "cojitos". A los ciegos, cieguitos. A los tontos, tontitos. Y así sucesivamente.
No sé si estamos a tiempo para defender el idioma. La advertencia central de esta columna es una sola: cuidado, las modas pasan rápidamente. Lo correcto permanece. Éste no es tema de machismo y feminismo. Alguien afirmó por ahí que el lenguaje inclusivo busca su destino. Pienso que no tiene destino. La cultura, que necesariamente pasa por el conocimiento y buen uso, es la que decide e impone.
Raúl Rojas Periodista y Académico.