Reflejos en un ojo dorado
Al cumplirse 100 años del nacimiento de Carson Mc Cullers, Seix Barral presentó una edición conmemorativa de algunas de las novelas de la autora norteamericana, incorporando además un epílogo de Tennessee Williams, escrito en 1971.
El exceso de ocio en un campamento militar en tiempo de paz contribuye a que ocurran situaciones inesperadas, depravadas y profundamente humanas. Las estructuras cargadas de cemento y la rutina particularmente castrense es el paisaje de esta novela, un sitio destinado a los hombres, donde las mujeres son un mal necesario frente al desconsuelo, al servilismo y a las precarias muestras de afecto, un tipo de violencia soterrada que no se llama violencia, que se llama jerarquía, que se llama matrimonio, incluso más violenta que la misma guerra. Es esta generosa hostilidad y desamparo la que lleva a ciertos personajes a atentar contra de su propia integridad, siendo el suicidio y la mutilación, salidas prácticas y efectivas, casi liberadoras a una condición espiritual insostenible.
El soldado Williams es el poseedor de los Reflejos en un ojo dorado, joven, fuerte, ensimismado y tremendamente solo, movedizo y casi invisible para conseguir, sin pretensiones, el peligroso deseo de ver dormir a la esposa del capitán, quien por lo demás lo odia sin entender que más tarde ese odio lo llevará por un camino encendido de pasión, locura y muerte (a lo Quiroga). Y puede ser que en esta vorágine rodeada de tristes estructuras temporales, las intenciones más íntimas puedan desatarse con la intensidad patológica del resentimiento. Como bien ocurre con el capitán Penderton, que en la frustración de una homosexualidad reprimida fragua descabellados castigos para el soldado Williams, quien jamás dice nada y obedece como un siervo las órdenes castrenses. No así, detrás de esa sumisión, como suele ocurrir, hay una bestia insondable, oculta en el silencio de la noche, asechando la mísera vida del capitán y su esposa, desconociendo completamente los horrores que circundan la casa, ausente de los símbolos que lo rodean, absorto en sus propios desvaríos.
Mc Cullers es implacable y a la vez sutil, sugiere y expone la violencia, condensando en sus personajes la realidad cotidiana y rutinaria que nos contiene a todos, elevando distintos espejos que reflejan las incomodas asperezas espirituales de las que ningún ser humano escapa. Y no podía ser de otra forma, el arte y la literatura sostienen en sus obras estas realidades, de las cuales nadie puede sustraerse, "Porque un libro es corto y la vida de un hombre, larga", sostiene Tennessee Williams al referirse en el epílogo que escribiera en 1971 para este libro, ahondando precisamente en la construcción minuciosa de los mundos representados en esta obra, una obra completamente vigente, con los horrores más expuestos, con la misma violenta dinámica que caracteriza a nuestro género y no hay paz sobre este mundo que aplaque esta condición intrínseca. La paloma blanca solo es un símbolo para engañarnos, una utopía más que perece a balas, insultos y perdigones.
Por Laura Daza Valenzuela.