El importante legado artístico de Víctor Jara a 40 años de su muerte
La música y el teatro fueron dos pasiones que marcaron la vida de Víctor Jara. Según la biografía que aparece en el sitio de la Fundación que lleva su nombre, ya en el colegio tocaba la guitarra, cantaba, escribía poesía y hacía teatro dirigiendo a grupos de amigos. Él mismo reconocía que "no sé en realidad cuál es el campo que me agrada más (...), pero las dos expresiones me llegan, son como dos motores que se tocan y se necesitan". En ambas disciplinas dejó un importante legado que sigue vigente hasta el día de hoy, a 40 años de su asesinato ocurrido el 16 de septiembre de 1973.
Una actriz que lo conoció de cerca fue Bélgica Castro. Ella era su profesora en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, donde Jara se hizo compañero y amigo de Nelson Villagra y Alejandro Sieveking, el cual ya era un prometedor dramaturgo. Cuando estaban terminando la carrera, el también músico le pidió a este último que escribiera una obra breve de cuatro personajes y que pudiera desarrollarse en una habitación para así competir en el Festival de Teatro Estudiantil que se realizaba cada año.
Así nació "Parecido a la felicidad", que fue dirigida por Jara y que tuvo un gran éxito. En este montaje participó Castro, quien recuerda que "él era una persona que tenía mucha facilidad para el teatro y para dirigir sobre todo. Tenía un talento extraordinario para eso".
La asociación entre Jara, Sieveking y la actriz continuaría en los años posteriores. Para su examen final de Dirección Teatral (1961), Víctor decide montar la obra de su amigo "Ánimas de día claro", para la cual creó la música. Esa primera vez contó con un elenco conformado mayoritariamente por alumnos de la escuela, aunque tiempo después la volvió a hacer con profesionales entre los que estaban Bélgica Castro, y que se transformó en un verdadero clásico.
Luego Víctor Jara trabajaría con otros dramaturgos, como Egon Wolff ("Los invasores") y Raúl Ruiz ("Dúo"). En 1965 dirigiría "La remolienda", de Sieveking, y "La maña", de Ann Jellicoe, que fueron alabadas por la crítica y le otorgaron varios premios además de reconocimientos, como ser invitado por el British Council para observar ensayos de diferentes compañías y la enseñanza en las escuelas de teatro inglesas.
Para la actriz de cine y teatro, Jara "tenía un estilo de dirección muy, muy novedoso y distinto a lo que se había visto hasta ese momento y que produjo una impresión muy buena". A lo que se refiere es que el director teatral logró fusionar tres tendencias que estaban en boga en ese momento: darle un sentido global a la escenificación del montaje, la modernización del lenguaje y poner en escena nuestra historia y tradiciones.
Luis Poirot, fotógrafo y actor que trabajó como asistente de dirección de Jara en "Ánimas de día claro", ha destacado que el artista aportó fundamentalmente al teatro su conocimiento del mundo popular. Uno que siempre lo llamaba, pues a pesar que tuvo la posibilidad de ejercer en Inglaterra y EE.UU., en su viaje pudo darse cuenta de que "lo que tengo que realizar está aquí, en mi país. Siento firmemente que mi deber artístico está aquí".
Es así como en los años posteriores seguiría ligado al teatro chileno, lo cual quedó plasmado en el libro "Víctor Jara, su vida y el teatro" de Gabriel Sepúlveda, el cual será lanzado este lunes en la sala Antonio Varas del Teatro Nacional Chileno.
Para Bélgica Castro, Jara "paulatinamente se fue metiendo en el canto y ahí se dedicó a cantar más que nada". Pero lo cierto es que el compositor inició su carrera en la música casi en forma paralela al teatro. Es más, él mismo decía que "mucha gente me conoce como cantante, pero no saben que dirijo teatro".
Casi a fines de los '50 se unió al grupo folclórico Cuncumén, con el cual sacó cuatro discos, siendo el último de ellos "Geografía musical de Chile: Norte, sur y austral", el que incorporó tres de sus composiciones: "Paloma quiero contarte", "Canción del minero" y "Acurrucadita te estoy mirando".
Víctor tuvo que dejar el conjunto por los estudios. Sin embargo, siguió cantando gracias al estímulo que tuvo de Violeta Parra. Ella ejerció gran influencia sobre su creación musical, además que ambos compartían las mismas ideas sobre el papel que debería jugar el folclor en la creación artística. Participó en la peña de Los Parra y fue uno de los fundadores de la Nueva Canción Chilena con temas como "Plegaria a un labrador".
En 1966, después de tocar en una peña acá en Valparaíso, Víctor Jara conoció al grupo Quilapayún que lo invitó a ser su director artístico, al cual no solo les colaboró musicalmente, pues con el grupo "generó todo un aporte estético a la nueva canción chilena, debido a su relación con el teatro. Por ejemplo, él fue el que creó la idea de los ponchos negros, la caída de luz cenital", cuenta Patricio González, director de las Escuelas de Rock dependientes del CNCA.
Sobre el legado musical que dejó el artista, González destaca que fue "un creador de puentes", explicando que, por ejemplo, "generó puntos de intercambio con Los Blops en el disco 'El derecho de vivir en paz