Oficios con mayor tradición no tienen herederos para continuarlos
Basta con recorrer las calles céntricas de la ciudad de Chillán para encontrarse con personas que todavía se dedican a oficios tradicionales, que con el paso de tiempo han ido disminuyendo. Fuimos en busca de algunos que aún perduran en Chillán y que por ningún motivo desean extinguirse.
José Luis Parra (51) es talabartero hace 32 años. Se ha dedicado toda su vida a este oficio por herencia familiar, su padre desde los 10 años que trabajó en ello y fue su madre quien le traspasó el negocio a sus 20 años. Como hijo menor asumió el desafío y tuvo que aprenderlo a través de un maestro artesano que actualmente lo apoya en una de las únicas tres talabarterías que existen en Chillán.
"Conmigo tendrá que morir la talabartería. Este oficio significa mi vida entera", relata con orgullo.
José Luis cuenta que en los inicios de la talabartería trabajaban 36 personas, por el año 1945 los vehículos eran caballos y por ende el trabajo era mucho mayor. Recuerda que el trabajo era permanente, "yo recibía solicitudes de trabajo en abril para entregarlas en septiembre".
Hoy la gente va a reparar lo que tiene, "muy pocas personas piden hacer cosas nuevas", cuenta. Los trabajos que más se realizan son a pedido de los campesinos, quienes solicitan distintos tipos de reparaciones de monturas, cinturones, riendas, etcétera.
La calidad del trabajo es lo más importante para él. Se pregunta qué más puede pedir si su meta ya está cumplida, pues con su oficio educó a sus hijos. "Con eso me doy por pagado", afirma. Pero por ahora su objetivo profesional es sobrevivir con la talabartería lo que más pueda.
Asimismo asegura que el trabajo va disminuyendo cada vez más, pero la idea de este hombre es seguir con el oficio hasta viejito y para él sería una alegría que otra persona se hiciera cargo de la talabartería cuando él ya no esté. "Esta es mi actividad, yo me voy a morir haciendo en esto".
Guillermo Hellman aprendió el oficio a través de su padre. Lleva 54 años como relojero y para él fue muy fácil aprender. "Yo nací entre relojes, vi trabajar a mi papá desde chiquitito", cuenta.
Los cambios tecnológicos le comenzaron a dificultar la labor, pues para Hellman los relojes se transformaron en "un mini computador, porque le agregaron muchas cosas como cronómetro y calendario".
Relata que una buena opción en el año 60 era ser relojero. "No me hice rico, pero viví decentemente", asegura. Formó su familia, tuvo dos hijos, pero ellos nunca se interesaron en el oficio.
Ni los adelantos en el funcionamiento de estos artefactos pudieron terminar con los relojeros. "Cuando llegaron los relojes a pilas se pensó que se sería el fin de este trabajo, pero estaban en un gran error. Sólo cambió la tecnología", señala. Sin embargo, hoy quedan pocos interesados en dedicarse al rubro, en Chillán actualmente hay sólo tres relojeros, por lo que este hombre cree que pronto va a desaparecer este oficio. "Va muriendo poco a poco y ya no hay reemplazantes", comenta.
"Yo empecé en esto en septiembre del año '60, en Ninhue", afirma Adrián Espinoza, artesano de 71 años. Antiguamente la chupalla se hacía a mano y este hombre se entusiasmó cuando llegaron las máquinas especialmente para su fabricación. Aprendió rápidamente mirando a otras personas hasta que compró una para facilitarse la labor. Hoy ya lleva 53 años confeccionando chupalllas y sombreros.
En sus inicios el objetivo de Adrián era ganar dinero y para su felicidad fue la mejor elección. Pudo educar a sus hijos y tener las cosas que deseaba.
Recuerda con alegría el tiempo cuando en el campo toda la gente usaba chupallas. "Yo tenía dos clientes de Illapel que compraban 100 docenas cada uno, en dos meses los vendían", enfatiza. Actualmente Adrián tiene trabajo, pero la fecha donde aumenta es justo ahora, en septiembre.
Tuvo tres hijos, pero a ninguno le interesó la elaboración de chupallas, por ende no tiene a nadie quien siga su legado. Él cree que con el tiempo desaparecerá su oficio. "Cada vez están quedando menos artesanos que hacen la paja y yo ya estoy viejo, no sé hasta cuándo trabaje".
Daniza Lazcano (45) heredó la zapatería de su padre hace 28 años. No tiene hijos. Por esta razón no habrá sucesión del local. Para ella es una desgracia que no haya proyección en la parte artesanal a nivel nacional. "Es un trabajo que me gusta, me da orgullo ayudar a la gente a confeccionar sus zapatos y que le guste. Es la parte más gratificante de este oficio".
El trabajo de Daniza consiste en captar el cliente, luego diseñar el modelo, hacer el molde, cortar y luego enviarlo al maestro zapatero que trabaja con ella. Ese hombre es José Mercado, que lleva 35 años en el rubro. Aprendió mirando cuando tenía 22 años, desde ahí trabajó con el padre de Daniza.
A José le encanta lo que hace, pero teme que desaparezcan los locales que hacen zapatos y la industria china sea la que abastezca a la población. "Es muy malo que los chinos hagan zapatos de huasos, porque nos quitan las tradiciones", refuta Mercado.
Por su parte, Daniza está convencida que este oficio no va a desaparecer, pero que sin duda la calidad irá disminuyendo con el tiempo. En la ciudad de Chillán sólo hay dos líneas comerciales de zapatos, donde los hacen y venden.
"Cada vez están quedando menos artesanos que hacen la paja y yo ya estoy viejo, no sé hasta cuando trabaje".
Adrián Espinoza,
artesano de 71 años.
Su oficio no es tradicional, pero el valor de lo que vende transforma su trabajo en particular. Hace 10 años que Jorge Bravo está cesante, desde ahí ha trabajado esporádicamente en el comercio ambulante. Hoy lo hace de una forma diferente, se instaló en la calle para vender parte de su colección de antigüedades. En las mañanas se ubica en la esquina de Arauco con el Roble y en las tardes en Arauco con 5 de Abril.
Su esposa está muy enferma. Tiene tres hijos, dos de ellos en la universidad. "tengo que venir para acá para solventar a mi hogar", afirma.
Lleva dos semanas y según él el negocio es relativo. "De repente siento pena al ver todas las cosas que he juntado y veo como se me van de las manos", lamenta. Jorge relata que muchos transeúntes pasan por su "local" para fotografiarlo y preguntarle cómo ha conseguido esos tesoros.
"Para algunas personas son simples cachureos, para mí es historia y cultura a la vez", recalca. "siempre me han llamado la atención las antigüedades, como espuelas, yugos, apero de caballo. La gente valora las cosas que ofrezco, algunas me piden las revistas que tienen 50 años para hojearlas y admirarlas. Tengo cosas que jamás las vendería, tienen demasiado valor para mí", afirma con nostalgia.
Talabartero
José Luis Parra se dedica de los doce años a la talarbetería. Con ese trabajo pudo educar a dus dos hijos, hoy en día profesionales. Está orgulloso de seguir con la tradición de su padre.
Relojero
Guillermo Hellman tiene 70 años heredó la tradicón de su padre un ingeniero mercante.
Zapatero
José Mercado lleva 35 años confeccionando zapatos, aprendió mirando cuando tenía 22 años. Él es feliz fabricando zapatos y cree que el oficio no desaparecerá en el tiempo.
fabricante de chupallas
Adrián Espínoza compró una máquina para fabricar chupallas. Toda su vida sededicó a este oficio.