Hoy se cumplen 75 años de aquella tragedia que marcó nuestro destino, una vez más. El terremoto, ocurrido a las 23,32 horas del 24 de enero de 1939, destruyó en su totalidad nuestras ciudades y campos, sepultando a la mitad de la población. Fue uno de los terremotos más grandes de la Historia de la Humanidad. Se calcula en más de 30 mil las personas fallecidas. Las cifras no son exactas porque familias enteras quedaron bajo los escombros, sin testigos que pudieran señalar cuántos desaparecieron en aquella infausta noche de verano. Y gracias a que fue calurosa no hubo más víctimas, porque mucha gente se encontraba aún en la calle, sin poder dormir, disfrutando de la brisa fresca que venía del sur.
Las escenas dantescas no se olvidan. Se han quedado grabadas en la memoria histórica de nuestra gente como un severo patrimonio intangible de nuestras vidas. La mujer esculpida por Helga Yuffer, en el centro del Cementerio Municipal, con sus manos tapándose la cara, ocultando gestos de horror, limpiando lágrimas de desesperación, nos obliga a meditar en la hora presente. Está junto al canal que en aquella época fue desviado, porque su cauce original sirvió como fosa común para recibir tantos cuerpos mutilados. Y nos obliga a meditar sobre lo que fue y lo que hemos sido. Sobre la magnitud de la tragedia y la magnitud de nuestro levantarnos. La caída feroz y el resurgimiento decidido.
Chillán se ha reconstruido reiteradamente, cada siglo, por efecto de los caprichos de la naturaleza que, de tanto en tanto, nos provoca espantos. Hasta completar ya cinco veces… Cinco veces que nos levantamos con voluntad cada vez más férrea, con la porfía heredada de nuestros ancestros. Indígenas potentes y voluntariosos. Conquistadores aventureros y también fuertes. Una mezcla inexplicable que nos conduce por los caminos de la vida, con tales tropezones, pero con el paso seguro de los que saben levantarse ante la adversidad.
Nos preguntan el por qué insistimos en permanecer en este lugar con tanto riesgo, con tanto peligro. Y nuestra respuesta es silenciosa, solamente expresada con la vista: mire amigo hacia el este y verá el macizo andino. Mire a nuestros valles y campos, mire hacia la costa bañada en mar verde, agitado, frío, pero también nuestro. Y no permanezca mucho tiempo mirando, porque el paisaje natural y social que verá se le meterá en la sangre y le convertirá, al igual que a nosotros, en adictos de esta tierra generosa. Se inmolaron miles el '39 y en los siglos anteriores. Pero en su memoria construimos un pueblo granítico en voluntad y ciudades fuertes en arquitectura. Y tanto, que resistieron el nuevo embate del 2010, mientras continuamos la marcha certera hacia el futuro.
Periodista