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Amarres

Los servicios públicos no pueden transformarse en una caja pagadora de fidelidades políticas.

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El tema de moda hoy a nivel nacional y, particularmente en nuestra Región del Bío Bío, es el relacionado con los supuestos contratos por asesorías, denominados en este caso como de "amarres", en el sentido de que asegurarían a los contratados a lo menos por un año una vez asumida la futura Presidenta de la República, Michelle Bachelet.

Se trata, por cierto, en general, de políticos que compitieron en las pasadas elecciones y perdieron en sus afanes.

Esta realidad no es nueva; en épocas pasadas hubo irregularidades de variada índole si del aparato público se trata, y no necesariamente a consecuencias de una elección perdida, lo que desmerece la calidad, seriedad y trasparencia que debe existir en el servicio público.

Pese al revuelo que ha provocado todo ello, con graves acusaciones por parte de dirigentes de la hasta ahora oposición, que denuncian no contar con personal de su confianza en puestos claves, el asunto de fondo va mucho más allá y habla de la necesidad de sanear todo lo relacionado con el aparato público en cuanto escalas funcionarias, nombramientos, asesorías, contratos, concursos públicos y demás, que impidan cualquier supuesta irregularidad del gobierno que se trate, ya sea el que deja el Gobierno como el que lo asume y que lleva, en ocasiones, a engrosar artificialmente la administración pública pero sin un beneficio real en cuanto eficiencia y servicio a la comunidad.

El Estado debe establecer una nueva institucionalidad pública, válida para todos en toda circunstancia, procurando protocolos claros, trasparentes y desafiando toda duda.

En ese sentido, es imprescindible robustecer la carrera funcionaria, defendiendo los legítimos intereses de quienes han cumplido funciones por años y se han perfeccionado para desarrollar sus labores a alto nivel.

Terminar con el sistema a contrata es uno de los desafíos necesarios, toda vez que entrega seriedad al sistema y dignidad a quienes prestan sus servicios en condiciones que no son las mejores.

Los servicios públicos no pueden transformarse en una caja pagadora de fidelidades políticas, sea el gobierno que fuere.

Un mes perdido

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Por estos días en las oficinas ministeriales, y en las demás reparticiones públicas, suelen verse esos arbustos secos y errantes típicos de las películas del Oeste americano y con los que se ilustraba el estado de abandono total de algún pueblo en el desierto. Claro, eso hasta que llegaba Clint Eastwood con sus dos revólveres en bandolera con los que desordenaba el polvo y metía un poco de ruido.

Es el clásico panorama de febrero, el mes de los suplentes, en que pareciera que nadie estuviese en su puesto de trabajo, ni los suplentes: en este intervalo que más encima es la transición de un gobierno y otro, será difícil que alguien tome una decisión relevante o le dé un giro estratégico al rumbo del país.

Por el contrario, la intención es pasar inadvertidos, ojalá no metiendo las patas ni declarando en la prensa que nos vamos a la guerra con una de las naciones vecinas, por ejemplo, o que a partir de hoy dejamos de lado el modelo económico y comenzamos a imitar el exitoso sistema venezolano actual. Qué tal.

Suena gracioso, pero no lo es. Salvo por la estabilidad política que conlleva un poco de inercia de los meses anteriores, da la impresión de que tiramos febrero a la chuña y que no debería ser contabilizado dentro de los índices de crecimiento anuales. Lo que ocurre en estas cuatro semanas, a nadie le importa.

Es cierto que puede ser una exageración, y que de todos modos hay gente trabajando: digamos, encendiendo y apagando luces, revisando su correo electrónico, colocando fotos de sus vacaciones de enero en las redes sociales. O jugando Solitario hasta completar los cuatro colores del naipe.

Febrero es también el mes de las metas personales que, con muy pocas excepciones, no se cumplen.

Esta vez quise intentar algo distinto, vine a la capital por unos días con la excusa de revisar la edición de mi nuevo libro, me quedé en la mansión de mi amigo Mauricio - con piscinas, canchas de tenis y coto de caza - y de todas maneras no he dejado de pensar que febrero es un mes perdido.