Bomberos de Chillán
El Cuerpo de Bomberos es una institución admirable y admirada en todas partes. Pero en Chile, aún más. El hecho de que sea compuesta por miles de voluntarios, es motivo de curiosa admiración más allá de nuestras fronteras, donde en su gran mayoría, el bombero es un profesional remunerado.
Una de las pruebas máximas de la grandeza humana es la entrega de la vida por el resto de la gente, es el sacrificio supremo por construir el ideal juramentado. Y los bomberos de mi tierra arriesgan todos los días su vida por defender la del prójimo, por ayudarle, por controlar la desgracia y minimizar sus efectos.
La vida del otro arriesgando la propia. ¡Qué sacrificio más noble! ¡Qué prueba más ejemplar de solidaridad humana!.
Me pregunto, ¿por qué tanto amor a esta institución, a esta labor? Busco explicación que me aclare tal fortaleza de sentimientos y apenas encuentro respuesta. Llego a la conclusión de que se trata de un sacrificio que aparece en los genes, que se nace con él heredado de una sociedad solidaria. Y se transforma en un hábito, en una bella costumbre. Es algo casi natural que corre por nuestras venas y que es capaz de aunar voluntades, construyendo monumentos de sacrificios cotidianos.
Hace sólo unos días, en la temprana hora de la mañana de un domingo, un voluntario me llamó, acongojado. Su voz trémula, sus frases cortas pero contundentes, me relataban una realidad que me dolió profundamente: el modesto cuartel de la Segunda Compañía de Bomberos del sector precordillerano de Los Lleuques había quedado calcinado. Sus máquinas, oficinas, equipos…todo destrozado por el fuego traidor.
Y la voz del voluntario, ahogada en un sollozo contenido, me pedía que les ayudara en la difusión de lo ocurrido, en informar de la desgracia, en iniciar campañas de ayuda inmediata. O sea, no terminaba de secarse el sudor de los esfuerzos de la lucha, ni las lágrimas de hombre derramadas ante la tragedia, cuando ya estaba levantando de nuevo la mirada para iniciar el camino de la reconstrucción. Volver a surgir de las cenizas y convertirse de nuevo en Ave Fénix para emprender el vuelo del servicio público.
Y eso es lo que más admiro. La madera de que están hechos estos voluntarios, estos caballeros del fuego, estos campeones del sacrificio solidario.
Personalmente, me tocó la vida que me tocó…y me alejé de mi tierra la mitad de mi vida. Si no hubiese sido así, seguro que también estaría aquí, trabajando en unión y sacrificio por los demás, recordando a quienes nos heredaron el amor a la Institución bomberil, admirando a los voluntarios y arriesgándolo todo por el bien ajeno amenazado.