Los terremotos y el fútbol sacuden el alma del chileno, uno con su fuerza telúrica, el otro con su pasión, nervio. Cada uno nos habla de su conducta a su manera sea como individuos o nación Terremoto y fútbol, siendo términos opuestos como tragedia y comedia, aunque el fútbol conlleva todo los géneros en sí, hacen posible el desenmascaramiento del yo individual y colectivo del chileno.
Esta será una crónica en dos tiempos. Primero el terremoto. Situación límite impuesta por la naturaleza, y que por ser límite, pone a prueba todos nuestros códigos éticos, capacidad de supervivencia cuando ocurren. Es una maldición o desafío inserto en el calendario de la nación. Se repite y lo enfrentamos. Es una especie de espejo para mirarse cuánto se ha crecido desde el último, si somos mejores o peores, en qué grado de desarrollo nos encontramos como sociedad e individuos. Veamos dos ejemplos, dos fechas: 1960 y 2010, entre ambas hay medio siglo, dos Chile muy distintos. Algo media entre ellos: el terremoto de 1960 fue el de la solidaridad, esa fue la conducta dominante; el sismo del 2010, en cambio, fuera de la destrucción material, quedan las imágenes del pillaje en la impronta palpitando. Estas reacciones o conductas impactan por su asimetría, producen escalofrío al pensar en el tipo de homo chilensis que la sociedad produce y reproduce. El Chile de 1960 es más pobre, menos desarrollado; él del 2010, mucho más rico. En el uno la mano estaba abierta; en el otro, se cierra. Por qué ocurren estos cambios; las ciencias sociales tendrán que darnos una respuesta. Pareciera que en el tejido social sus miembros no se reconocen solidariamente entre sí, porque, de qué otra manera se explica el pillaje a manos de no solamente los llamados estratos vulnerable sino también otros.
El segundo tiempo corresponde al fútbol. Borges lo clasificó dentro de la estupidez universal del hombre, quizás porque lo vio como un juego de idiotas y nunca vio a la pelota como símbolo de algo superior capaz de cautivar la atención prácticamente del planeta o quizás por eso mismo. En estos momentos el mundo es una fiebre o fiesta del fútbol aunque se estén matando en este mismo minuto en Irak, Siria, Ucrania. Los griegos suspendían sus rencillas para celebrar su juegos olímpicos, esto no lo logra el fútbol, pero si otras cosas. Aquí viene el paralelo con los terremotos, pues al igual que ellos, nos desvela el colectivo nacional en muchos planos: búsqueda, identificación con algo- camiseta, símbolos, nación - pertenencia a un grupo por sobre diferencias sociales, ideológicas, y proyección al mismo tiempo a un universo global, recomponiendo el tejido social por un instante, en vez de separar, entonces une, haciéndonos olvidar el afán diario, el trabajo, las deudas. Nos hace compartir la ilusión de victoria transversalmente. Todos somos iguales; todos somos expertos en fútbol, hasta sus detractores.