La violencia en Palestina, las discusiones destempladas de muchos líderes políticos, las mentiras de la farándula, son expresión del mundo que nos ha tocado vivir. El sueño de la fraternidad que predicó Jesús, que vivieron tantos santos, hombres y mujeres ejemplares de la historia de la humanidad, parece estar tan lejos de nosotros. Nuestra misión es construir un mundo diferente, más fraterno y justo, donde las futuras generaciones vivan mejor en todo sentido.
En medio de un mundo lleno de tensiones, guerras e injusticias, vale preguntarse sobre la importancia de la familia para la formación de futuros ciudadanos y lo determinante que es para garantizar un mundo de paz y fraternidad. ¿Cuáles serán las actitudes que debemos tratar de cultivar en el corazón de quienes, tarde o temprano, llevarán los destinos del mundo? ¿Cómo podremos responder con éxito a la misión de formar a los hijos?
Educar y criar requiere dedicarles tiempo, atención, y cultivar el diálogo, abierto y sincero, afectuoso e inteligente. De esa manera la persona humana encuentra en el seno de la familia el lugar privilegiado donde aprende a relacionarse con otros, aceptar diferencias de opinión con paz, y conocerse gradualmente en sus fortalezas y talentos. El fruto de una familia acogedora será la seguridad personal de sus hijos, que se saben amados y aprenden a amar a todos. El tiempo que destinemos a escuchar a los hijos, disfrutar de una conversación tranquila, de una conversación caminando o comiendo algo rico, se convierte en un verdadero tesoro de gran valor, que se debe buscar con perseverancia y nunca desaprovechar. En el ambiente de respeto se aprende a ser libre y a respetar la libertad de los demás, aspecto del que tanto adolece nuestro mundo actual.
La comprensión de los hijos, manifestado en apoyo, interés verdadero, y evitando la confrontación es el camino para formar personas que aprenden a dialogar y aceptar diferencias de opinión en serenidad y búsqueda de la verdad. Una actitud básica es no dejarse llevar por la retórica del sermón, que produce como reacción el rechazo de los más jóvenes, que tienen derecho a equivocarse y hacer de cada error una instancia para aprender.
La actitud positiva que refuerza las buenas conductas de los hijos, sin ocultar las malas, permite que ellos no pierdan la confianza con sus padres y no les oculten nada sobre lo que hacen, quienes son sus amigos, y cuáles son sus aspiraciones y deseos.