Cuando se habla de Educación
Cuando se habla de la educación y de la reforma sería bueno decir lo que era la educación chilena antes de que fuera borrada de la historia. Primero la educación estaba en manos del Ministerio de Educación; segundo, había una educación pública predominante y otra llamada "particular". Esta última podría ser considerada privada al no estar sujeta al patrón público de la época; la mayoría de ellas era de carácter religioso, en manos de congregaciones religiosas; cobraban matricula, no siempre, y haberlas acusado de "profitar" habría sido una ofensa infundada. La educación pública era laica, no tenía ninguna orientación confesional, se pagaba una matrícula mínima cada año, aunque muchos estaban exentos. La enseñanza media contaba con ramos orientados a la formación del individuo como tal y como ciudadano: Psicología, Filosofía, Educación Cívica. El sistema permitía libertad de enseñanza, opciones entre lo público y lo privado- religioso. Desde el punto material se puede decir que era pobre de recursos; que la escolaridad era baja; que los que llegaban a la universidad eran pocos; que su cobertura era infinitamente menor al sistema actual. Este sistema educacional se había ido construyendo con influencias foráneas, especialmente alemanas, francesas asimiladas, reelaboradas en lo que podría ser la pedagogía nacional cuyos nervios eran las pedagogías en las universidades, las Escuelas Normales, el Centro de Perfeccionamiento en Lo Barnechea y la existencia de Escuelas o Liceos Experimentales. Así, grosso modo, con virtudes y defectos, era la educación chilena donde se educaron todos los que han sido presidente de Chile hasta ahora.
Cuando se habla de reforma en pro o en contra, nadie o muy pocos, vuelven la mirada a la experiencia chilena en ese campo, como si lo último fuera la solución mágica. Y el debate se llena con una serie de neologismos: sostenedores, copago, SIMCE, por decir algunos, por un lado, y por otro, se constata que a lo largo de estos años ha surgido una enorme burocracia en torno a la función de educar donde el alumno termina, al final, siendo, el último eslabón de esta larga cadena. Y aquello que pareciera tan simple: educar, es decir, uno que enseña lo que sabe y otro que aprende, se ha hecho algo ajeno al sujeto común y corriente, para ser materia sólo de expertos o ideólogos. Y si hay algo que no debiera ser así, es justamente la educación porque de ella surge, se forma el Chile del futuro.
El que suscribe no es ni remotamente experto en la materia, pero ha conocido otras experiencias pedagógicas extranjeras, algunas de ellas usadas como referentes en pro o en contra en el debate nacional. Comparándolas con la realidad chilena actual, ninguna se parece a ella, pero sí un poco al antiguo sistema chileno sepultado por el cambio de sistema; veamos una de esas experiencias (escandinava) como ejemplo en el campo básico y medio, dejando fuera la universitaria.
Héctor Caro Quilodrán