Alguien dijo que se es feliz cuando uno quiere lo que hace. Sin duda alguna que está en lo cierto, porque querer lo que uno hace significa entregarse en cuerpo y alma a la obra empeñada. Es embellecer nuestras propias capacidades con la dedicación que le entregamos a nuestro trabajo. Y si ese trabajo es cotidiano, no dejaremos espacio a la decepción, ni a la excusa, ni al pedir perdón.
Muchas veces decimos que seguiremos profesiones que nos gustan y no carreras para las cuales tenemos condiciones. Me inclino por recomendar la formación en lo cual tenemos cualidades por sobre las preferencias personales, que están muchas veces marcadas por las modas del momento.
Para que se me entienda mejor, citaré mi propio ejemplo. Cuando joven quería ser ingeniero naval. Soñaba con ello. Sin embargo, las matemáticas, la física, la química se me atravesaban y arrastraba esos ramos para pasar de curso. Por el contrario, mi profesor de castellano me insistía en que leyera mucho y escribiera tal como hablaba… Y ya lo ven, seguí mi carrera de periodismo y ahora escribo mucho y me siento feliz haciéndolo.
Cuando uno elige lo que le gusta, sin condiciones para ello, los fracasos futuros le afectarán. Pero si realiza aquello para lo cual tiene condiciones, sus éxitos le levantarán los ánimos, le abrirán las sonrisas y la felicidad aflorará sencillamente. Hacer lo que uno ama, entregarse a la labor de ayudar a los demás, aportar a la sociedad en la cual uno se desenvuelve, buscar caminos de entendimiento, pavimentar los consensos y levantar la vista larga para construir futuros de progreso, son elementos básicos de la felicidad. Todo eso está bien, pero nunca debe olvidarse de uno mismo. Quererse, cuidarse, respetarse, es tarea imprescindible antes de emprender el vuelo cada día. Sentirse a gusto con uno mismo, con la labor que desarrolla, con la forma en que se encauza la vida, es la gran prioridad.
Después, cuando se acerquen las horas del balance final, cada cual debería plantearse las preguntas ineludibles: ¿he sido feliz? ¿he hecho felices a los demás? ¿he dejado huella en la buena senda?. Si las respuestas son afirmativas, bajo evaluación objetiva y sincera, entonces hemos disfrutado de este trayecto. Ha valido la pena cualquier sacrificio. Hemos encendido una pequeña luz que servirá de guía para los que vienen detrás. La felicidad es esquiva, muchas veces. Pero está ahí, a la vuelta de cada esquina de la vida. Abramos los ojos, encontrémosla con acciones cotidianas y disfrutémosla con la sencillez y la intensidad de los colores.
Miguel Ángel San Martín,