Cuando una persona fallece, se desata una ola de alabanzas que sorprende. Creo que serviría de estímulo si, en vida, reconociéramos sus aciertos y alabáramos sus esfuerzos.
Pienso en Chespirito, del mexicano Roberto Gómez Bolaños; también en Mafalda, del argentino Joaquín Lavado; o en Cantinflas, obra del también mexicano Mario Moreno. Igualmente, y más que nunca, en nuestro Raúl Godoy.
Chespirito superó con creces a su autor, a su creador. En trascendencia, en grandeza humana. Y eso que era un simple personaje de ficción. Una fachada creada por un ser de carne y hueso, que le hacía pensar, decir, jugar, reir, llorar y sufrir. Con la inocencia y picardía de los niños, con el certero dardo de la verdad.
Cantinflas también se fue por las nubes, mientras su creador, Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, caminaba por las difíciles calles de la vida. Y aquel lustrabotas de camiseta larga, pantalón a medio cachete, bototos gastados pero brillantes, sombrero de ala doblada que bailaba al ritmo de las cejas y pañuelo al cuello... ¡Cuánto nos enseñó entre carcajadas!. Cantinflas fue un reivindicador permanente, un luchador por derechos de los necesitados, un acuarelista de las realidades de los pobres, un Robin Hood del siglo XX.
Mafalda es aquella niña que le robó todo a su creador. Ese que de puro humilde se ocultó no sólo tras el personaje, sino también su nombre -Joaquín Salvador Lavado Tejón- lo escondió tras un seudónimo, Quino. La grandeza radica en que personaje y seudónimo le traspasaron, brillando con ideas nuevas, críticas y reivindicaciones, provenientes de la tramoya del creador oculto tras sus personajes.
Chespirito, Cantinflas, Mafalda, han sido verdaderos guías y formadores de opinión pública. Personajes confidentes, certeros y reales, amplificadores de un creador que sufrió y vivió para darles vida. Un ser humano escondido tras su obra para decir lo que pensaba, para orientar con sus creencias, para enseñar claves de una vida mejor. Un docente de futuros.
Al contrario, Raúl Godoy Soto fue un personaje en sí mismo, porque se creó a sí mismo. No se escondió en nada ni en nadie. Dio la cara y se transformó en guía y promotor, en conductor-creador, en descubridor de verdades antiguas, con tradiciones y patrimonios. Fue animador constante y sorprendente. Y llevó sus ideas a la práctica, sin mirar atrás, sin escuchar zancadillas ni hacerle caso a la mediocridad. Fue, sencillamente, el personaje de Chillán. Por eso Chillán le llora en su ausencia. Porque será irrepetible.
Miguel Angel San Martín