Todos los años hablamos de la Navidad, del espíritu que debe predominar y de las buenas intenciones que nos inundan. Los discursos están llenos de esperanza de días mejores, de promesas… En fin, la Navidad nos envuelve en esta hora. Y muchos piensan ya en el mejor regalo, el más grande, el más caro.
En este momento de inflexión individual y de balances vitales necesarios, permítanme que les invite a que regalemos solidaridad. Porque entiendo que fue solidaridad la que inspiró a estos festejos. Es una efeméride desarrollada religiosamente para resaltar el nacimiento de un niño bueno, en un pesebre, humildemente. Es el símbolo, en consecuencia, de la sencillez, de la mano tendida, de la buena esperanza para nuestras familias y para el conjunto de la sociedad.
Los creyentes recuerdan en estos días la llegada del Mesías, del hombre que nos orienta hacia el buen camino para que seamos hermanos. Para aquella tarea tan noble, no necesita más que el apoyo que le podamos dar y que se llama solidaridad.
Por ejemplo, podríamos donar sangre, que es el líquido de la vida. Sería un gesto magnífico que no nos cuesta nada y que, sin embargo, vale más que cualquier cosa. O donar nuestros órganos, para cuando ya estemos en el umbral del más allá. Sería el último homenaje a la vida, entregando más vida para otros.
O aportar solidaridad con los hogares de voluntarios que reciben a niños abandonados. En nuestra inter comuna son pocos, pero realizan un trabajo admirable. Y funcionan porque hay que gente anónima que apoya. Sin embargo, siempre necesitan más ayuda.
También podemos acompañar a los que están solos. Especialmente a los adultos mayores que ven pasar los días sin sonrisas, sin soles, sin colores. A las mujeres que luchan cada día por formar a sus hijos. A los hombres sin trabajo, que deambulan en busca del sustento.
En fin, hay tantas formas de regalar solidaridad, que basta con sentarse un momento y pensar sobre quién y dónde nos necesitan, para encontrar el camino del aporte, de la ayuda oportuna, del hombro con hombro.
Ya casi es Navidad. Y nos disponemos a hacer regalos. ¿Por qué no nos aprestamos entonces a dedicar, aunque sea unas horas, a entregar solidaridad? Veremos con satisfacción que nos regresará con creces la alegría de servir, de hacer el bien. Notaremos en nuestros pechos el oxigeno de la vida y del orgullo de haber encontrado el verdadero sentido del llamado "espíritu de la Navidad".
Miguel Ángel San Martín