El atentado terrorista en Paris causó muerte y destrucción en un medio de comunicación. Y provocó conmoción en la conciencia del mundo.
La libertad de expresión es un derecho consagrado mundialmente. La Humanidad adopta tales conceptos elementales porque nos permiten avanzar, crecer y ser mejores. Entre tales conceptos, el de la libertad de expresión es uno de los más fuertes, ya que permite intercambiar ideas, discutirlas incluso, hasta alcanzar la luz de los acuerdos.
Y es uno de los más remotos, ya que los antiguos pensadores que sustentaron las bases de la sociedad universal, ya aseveraban que "podrían dar su vida por conocer la opinión del otro". No respetar aquel concepto y, por el contrario, avasallarlo, combatirlo por las armas y matar al individuo que profesa unas ideas, es regresar a una época tan oscurantista, que no tiene cabida en el mundo de hoy.
La intolerancia ataca cobardemente, con superioridad brutal y ensañamiento enfermizo. Lo hace en la soledad del paraje urbano, cobardemente. En la ignorancia de que eliminando físicamente a quien profesa unas ideas, se eliminará aquella opción racional.
Concordemos, en consecuencia, que la intolerancia es la negación del pensamiento, es el imperio y triunfo del oscurantismo por sobre la inteligencia.
El mundo entero, casi al unísono, se ha levantado horrorizado condenando el acto de barbarie ocurrido en Francia. Y ha fortalecido el concepto inverso, que es la tolerancia.
La tolerancia es, en consecuencia, el requisito imprescindible de la libertad, del desarrollo y del progreso. No sólo de una nación, sino de toda una sociedad que crece y que avanza en la dirección que la engrandece. La sociedad de la inteligencia.
Repito conceptos ya emitidos en estas mismas páginas, porque no hay que cansarse en la tarea superior del desarrollo humano. En tal sentido, considero que ser tolerante significa aceptar la diversidad, tratar de comprenderla e, incluso, de oponerle razones cuando lo estimamos pertinente.
Y las religiones deben también optar por el camino del progreso humano, social, material y evolutivo, como especie. Desde el seno mismo de las creencias, la tolerancia debe ser el tapón a la sinrazón que nos regresa a las cavernas.
Si con tolerancia abordamos la diversidad de las demás religiones, la nuestra será también respetada. Y en conjunto sabremos construir aquella gran verdad que nos produce una dinámica diferente, mayor y positiva.
Miguel Ángel San Martín González,