Los chilenos somos generosos en nuestra autoimagen. Creemos ser muy astutos. En los chistes cotidianos, cuando figura algún extranjero, el chileno siempre es el triunfador, el ingenioso, el que tiene una idea genial. En las situaciones difíciles, es el creativo, el que todo el tiempo inventa algo para superarlas. Es una especie de "maestro chasquilla" o "arreglatodo" de la vida. En la vida real, no somos tan ingeniosos ni astutos como lo proclama la elevada autoestima que nos caracteriza. El chileno es más bien crédulo. Tiende a aceptar cualquier cuento, cualquier test, cualquier historia, siempre que se la presenten en buena forma, con el lenguaje apropiado, con la tenida, la voz y el mensaje apropiado, aunque sea falso.
Basta navegar en internet o leer las páginas de muchos diarios para descubrir que estamos llenos de "brujos", "hechiceros", "señoras chamánicas", "pulseras de los siete poderes", "metales milagrosos", etcétera. Elaboradores de horóscopos, tarotistas y adivinos surtidos, tanto públicos como privados, a cambio de una muy generosa suma de dinero, entregan a la gente una serie de lugares comunes que la dejan muy contenta. Pronostican viajes, que "aparecerá alguien en su vida", "todo cambiará", ofrecen "descargas", "traer de vuelta al amor imposible", y todo lo que quiera oír. ¡Los ingenuos pagan y quedan de lo más contentos!
El tema no es nuevo. Hace más de 60 años, un sicólogo norteamericano, Bertram R. Forer, denunció la palabrería inútil, las falsedades de numerosos test con preguntas ambiguas y todas las generalidades que emplean quirománticas, cartománticas, y otros seres, que viven de la credulidad ajena. Empleó un test de personalidad, con preguntas engañosas, que no decían nada, pero estaban bien elaboradas.
¿A qué se debe esto? El ser humano necesita confiar en alguien, escuchar mensajes positivos. Si coinciden con sus puntos de vista, los acoge y tiende a adjudicar poderes sobrenaturales a los que explotan su inseguridad. Está lleno de incertidumbres y vive tratando de reafirmarse como persona, de reforzar su seguridad interior.
Las recientes estafas piramidales, por miles de millones de pesos, confirman este aserto. Unas pocas personas, bien vestidas, con lenguaje atractivo, oficinas y ofertas vistosas, engañaron a centenares de connacionales, que creyeron en sus mensajes, en sus palabras bonitas. Hicieron afirmaciones generales u ofertas ambiguas y todos tuvieron la certeza de un mañana mejor. Se refleja también en la publicidad de "profesores" y brujos.
Toda persona tiende a deslumbrarse si le prometen un camino fácil y placentero. No existen caminos fáciles. La vida tiene muchos peldaños. Hay que subirlos de uno en uno, sin temor a las caídas. Así que, a cuidarse de los estafadores y brujos. Permanecerán en el mundo mientras exista gente dispuesta creer tonterías, sin fijarse en que está siendo víctima de un engaño, generalmente con fines dolosos.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.