Éste es el título con el cual el Hospital "Herminda Martin" destaca el lugar en que se agrupan los recintos que atienden a las distintas especialidades que son de su responsabilidad. Allí nos encontramos con un mundo tan complejo como diverso. Un mundo de bastones, muletas, sillas con ruedas, los populares burritos, etc.
Es el sector donde este centro hospitalario atiende a los pacientes que requieren atención kinesiológica. Allí opera esta terapia a la cual llegan cientos de personas solicitando sus servicios. Soy uno de ellos lo que me ha permitido conocer cómo funciona y cómo es posible atender simultáneamente a varias personas. En mi caso, un joven kinesiólogo, Alvaro Abarca, acompañado por dos asistentes, Nicol Jara y Ernestina Sánchez lo ayudan a compartir su delicada gestión, haciendo de su labor una expresión de confiabilidad y paciencia.
Allí en una sala grande, con artefactos diversos de madera y de metal, son los ejercicios que la terapia aconseja consistente en ejercicios de brazos y piernas, aceptando que cada ejercicio, cada movimiento tiene su momento. Es un recinto nuevo para muchas personas que como yo, nos habíamos enfrentado con esta realidad que a tantas personas compromete.
Lo curioso es que pacientes de igual tratamiento, consiguen con esta experiencia conocerse y de algún modo estrechar una amistad que se enaltece y se expresa cuando uno de ellos cumplió su tratamiento y caminando, ya sin problemas abandona el lugar.
Hemos aprendido allí a valorar la paciencia y el afecto de quienes prodigan su atención profesional a tantas personas, cuyos miembros superiores e inferiores necesitan el apoyo médico, técnico y humano. Jóvenes especialistas, que por fortuna, están siendo preparados en gran número por nuestras universidades, para servir a tantas personas, la mayoría adultos, muchos de los cuales ya se acercan a las etapas superiores de la vida, donde el cuerpo comienza a pedir auxilio. Le preguntaba yo a un amigo, cuándo uno se da cuenta, de que está realmente envejeciendo, cuando empieza a arrastrar los pies, me contestó.
Por Carlos René Ibacache I. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.