Cuando un ciudadano deposita su voto en la urna, está ejerciendo un derecho. Ese preciso acto de votar, es la culminación del proceso democrático, fórmula que nos permite una convivencia en paz, en armonía, con la perspectiva del ejercicio común de hacer valer nuestras visiones y prioridades.
El voto es el núcleo de la democracia. Y es la demostración de que cada uno de los ciudadanos es igual a todos. No está condicionado por cuestiones sociales, económicas, religiosas o culturales. El valor de mi voto es igual al que tiene el tuyo o el de aquel. Y como es voluntario, nadie me lo puede condicionar.
Además, es un acto secreto, personal e intransferible. No hay condicionamientos ni obligaciones. Sólo aquellas que son morales, que cada cual ha ido forjando poco a poco en su vida y que nos pueda afectar por formación y convencimiento.
Y como el voto es secreto y voluntario, nadie nos puede comprar u obligar mediante prebendas o amenazas. Y si alguien nos pide fotografiar el voto como prueba de que nos vendemos, eso se convierte en delito. Delito de los dos, del que compra y del que se vende. Cómplices ambos.
El ejercicio del voto es un tema cultural. Y si es voluntario, como el nuestro, constituye además un escalón superior de educación cívica.
Tenemos -y debemos- mantener esa línea de conducta como sociedad madura, cargada de valores y principios. Por ello, ese nivel de educación lo debemos inculcar a nuestros descendientes desde los primeros años de vida. Y además, debemos ser especialmente consecuentes con tales principios.
La democracia es un valor en sí misma. Se ha construido poco a poco, con altibajos, con esfuerzos, con luchas y con dolores. Pero, sin desmayos. Ha ocurrido en todo el mundo, desde sus orígenes en la antigüedad, cuando los grandes pensadores echaron las bases de una sociedad racional y próspera.
Cuando la perdemos, lo lamentamos por el sufrimiento que se nos avecina. Cuando la recuperamos, la valoramos en toda su dimensión y la potenciamos con nuevos bríos y esperanzas. Por tales razones, debemos ejercer el derecho sublime de votar. Hacerlo en forma informada, conscientemente y con la sonrisa en los labios, convencidos de que estamos haciendo lo mejor para nuestra convivencia, para nuestro desarrollo, para el futuro que dejaremos en herencia a quienes nos sucedan.
Ejercer el voto nos dará derecho a la crítica ante el incumplimiento de las promesas, a la participación constructiva y a ser protagonistas de proyectos futuros.
Miguel Ángel San Martín Periodista.