Palabras sacan palabras, dicen. Y es verdad. Cuando uno pronuncia palabras improcedentes, por el mero hecho de hablar, corre el riesgo de ser respondido también con improcedencias, iniciándose entonces una rueda de improperios sin fin. Lo digo porque en el mundo de la política parece que hay especímenes con una incontinencia verbal preocupante. ¡Y hasta ocupan altos cargos! Hablan y hablan, creyendo que emitiendo tales sonidos lo van a colocar en el candelero de la actualidad.
Nada más conocerse los resultados de las elecciones municipales, donde el silencio de la abstención se escuchó en todas partes, han salido muchos derrotados hablando y hablando sin parar. Como queriendo encontrar en su verborrea la justificación de su fracaso.
Pienso que la falta de formación y la mediocridad están inundando los pasillos de las sedes partidarias, los salones del poder político o los balcones de medios comunicacionales. Se equivocan, porque no por hablar mucho se dicen más cosas. Y no por decir muchas cosas, se va a convencer con facilidad al auditorio.
Las palabras tienen sentido cuando hay razones de por medio. Y las razones se esgrimen desde la atalaya del análisis, del saber, de la experiencia y desde la moderación.
La gente, el ciudadano común, espera de quienes aspiran a dirigirles que propongan ideas, que demuestren razones elaboradas con lógica, con conocimiento, con experiencia demostrada y tengan mesura. Por eso, en la hora presente en que los demagogos parlanchines tratan de imponerse, el ciudadano ha dicho ¡basta! y ha castigado a los politiqueros charlatanes con pies de barro. Ya no se deja embaucar por discursos vacíos, ditirámbicos, cargados con agresivas frases descalificadoras. La mayoría se inclina por las ideas nuevas, el discurso fresco y los rostros no contaminados. Por el líder de las manos limpias y de la mirada clara. El de la palabra justa y de la intención compartida.
No es cuestión de edades, sino de verdades. No es asunto de continente, sino de contenido. No es un tema de longevidad en el escenario de la política, sino en la renovación de la obra a representar. Es avanzar con los tiempos, adecuarse a los intereses generales y priorizarlos por sobre los minoritarios. Y cambiar.
Por eso, en el momento presente de abuso indiscriminado en el verbo y en la actitud encubridora de apetitos personales más que evidentes, recuerdo aquel certero proverbio árabe, que recomiendo en este minuto: "¿Para qué hablar, si puedes callar?".
Miguel Ángel San Martín Periodista.