El problema de la libertad humana se sitúa por encima de la alternativa entre libre albedrío como capacidad de elegir y del determinismo ya sea genético o cultural. Entonces, debemos introducir la concepción de la autonomía dependiente. Esta concepción reconoce las determinaciones genética - culturales, pero excluye el determinismo absoluto. Reconoce las libertades pero excluye el libre albedrío absoluto.
Somos poseídos por nuestros genes, cultura, pero en cierta forma podemos tomar posesión de lo que nos posee. Así, entendemos que la genética, o la cultura no determinan al ser humano, sino que influyen en él, por tanto, tampoco caemos en la ilusión de que la libertad lo es todo, sería éste un idealismo. Esta libertad dependiente reconoce el influjo que la determina y a la vez la posibilita. Con razón Paul Ricoeur, nos dice que nuestra libertad no es absoluta sino humana es "la alegría del sí en la tristeza de lo limitado".
El ser humano debe apropiarse de estas fichas psicobiológicas y socioculturales que influyen en él constituyendo su identidad y retroactuar sobre las mismas fichas que lo conforman. Pero para intentar reformarlas debe partir por aceptarlas. Aceptar mi historia, mi carácter, mis circunstancias sociales, genéticas, culturales y religiosas. Aceptándolas tomo conciencia como acto de autoafirmación del sujeto y en el acto de autoafirmación del sujeto está el acto de autoafirmación de mi propia conciencia, y ésta que me hace un ser reflexivo en el que reconozco que no sólo quiero, sino que evalúo mi querer y no solo pienso sino que evalúo mi pensar, esto enriquecen el yo de mi persona, dándome así mayores herramientas que me permiten introducir la libertad, ya no sólo como la simple capacidad de elegir, sino viviendo la libertad que procede tanto de la inteligencia como de la voluntad, es decir, estas actúan como timón y motor de la vida lograda y vivida por uno mismo.
Entender lo que quiero, y querer lo que entiendo, hacen que mi vida tenga un fin, que me doy a mi mismo como un ser único e irrepetible que es capaz de nadar contra la biología y contra las corrientes culturales, transformándome así en un líder que aporta a su mundo desde su vida interior.
Por. Pbro. Alejandro Cid Marchant Licenciado en Filosofía, Obispado de Chillán.