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El tribunal de los juguetes

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¿Dónde voy a guardar todos estos juguetes cuando sea grande?-me pregunté a los diez años de edad. Y decidí con afán científico anotar el paradero y las metamorfosis de todos los playmobile, legos y matchbox que tenía, en un intento desesperado de evitar que los regalos de distintas navidades me abandonaran y me obligaran a ser un adulto.

Traté con todas mis fuerzas de permanecer fiel a los juguetes, de cuidarlos, y atesorarlos. Pero si les daba la espalda un segundo se perdían por el más estúpido de los descuidos, casi parecía que mis juguetes esperaban que nos mudáramos de casa, de país, para en masa nadar muy lejos de mi pieza, irse con mis primos, o convertirse en regalo para los pobres y desaparecer de mi vida de una vez por todas.

Así mis juguetes me obligaron a traicionarlos. Prepararon con minucia su trampa, no dejándome otra posibilidad que serles infiel. Los oigo aun hoy, piezas de lego, brazos cercenados de Big Jim, cuchillos de plástico, y dinero de gran capital, reunidos en un tribunal, donde con sorna risa susurran: "Nunca fuimos tuyos, siempre fuiste nuestro. Siempre supimos que nos deseabas demasiado para que te respetáramos. Nos fuimos sin avisar. Ahora juega solo y no te quejes".

Por Rafael Gumucio