En una inteligente e irónica iniciativa, un antropólogo social propuso "matar" diciembre, a fin de eliminar para siempre las múltiples tensiones que este mes ocasiona. Éstas son algunas: 1) Navidad y Año Nuevo, donde hay que comprarlo todo, comer, beber, ponerse melancólico, acordarse de la familia y hacer falsos compromisos para el nuevo año (dejar de fumar, ponerse a dieta, etcétera); 2) Asistir a múltiples graduaciones en los colegios, comprar flores y obsequios para los que egresan de enseñanza media (¿por qué, si su deber no más cumplieron?); 3) "Despedir el año", con mucha comida y trago al por mayor; 4) Jugar al "amigo secreto" (que de secreto no tiene nada); 5) Cambiar los regalos que no le gustaron, lo que ocurre masivamente a partir del 26 de diciembre; 6) Lograr que lo atiendan bien en alguna tienda, restaurante y establecimientos similares; 7) Planificar las vacaciones; 8) Enviar múltiples correos electrónicos y desear la más grande felicidad a gente que ni siquiera conoce.
En fin, la lista es muy larga y toda evitable. De allí la proposición de eliminar este mes, sus angustias y tensiones.
El problema surge ante la necesidad de proponer un mes de reemplazo. No puede ser enero, porque la gente está agotada por diciembre y debe soportar un exceso de abrazos y expresiones de buenos deseos, mientras, simultáneamente, se preocupa de los resultados de la PSU. De nuevo esperar para saber si queda seleccionado.
Tampoco febrero, porque hay que salir de vacaciones. El que no lo hace es considerado casi un paria social. Y llega marzo, donde se producen la aceleración del año escolar y el estrés postvacacional. Como es natural, lo sigue abril, con Semana Santa, que hoy se llama "feriado largo". En mayo, la vida política se agita y aparecen fuegos entrecruzados. Junio se caracteriza por la crudeza el invierno, y julio porque ahora está de moda el "estrés de invierno" y muchos quieren salir de vacaciones en esa fecha. Así las cosas, se justifica más que en cualquier momento antes el "pasar agosto". Pero ahí surge el problema de la tensión de "fiestas patrias", donde de nuevo "hay que pasarlo bien". En octubre aparecen las alergias. En noviembre, las presiones de comprar "para la próxima Navidad". La cadena parece interminable.
Un filósofo de fuente de soda diría: "La vida es así". Error. La vida no es así. La vida la hacemos así. La clave está en no dejarse aplastar por la presión social ni por el paso del tiempo. La clave está en la mirada positiva. Más que "matar" un mes u otro, lo que hay que hacer es encontrar lo bueno de cada acontecimiento. En lenguaje sencillo, no sufrir por leseras ni dejarse abrumar por los que crecientemente usan la palabra "urgente" o gritan y exigen para que todo se haga más allá del derecho humano a una vida más tranquila y mejor.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.