La mirada divertida y sagaz de Neil Davidson
El traductor y columnista afincado en Chile desde 2001 acaba de publicar su segundo libro de crónicas: "Usted está muy mal" (Ediciones del Laurel). La cosecha de escritos contempla más de quince años de observarnos con ternura, humor y curiosidad. En ellos, discurre con franqueza sobre temas como la infancia, la vejez, los hijos y los gatos.
Neil davidson lanzó su segundo volumen de crónicas.
La música clásica de posguerra, el uso del tiempo de los mujeriegos, los gatos, los hijos, los viejos, la indiferencia de los campesinos o el arte conceptual. En esos y otros temas Neil Davidson puso su ojo agudo y aparentemente disperso y los convirtió enmateria de reflexión. El traductor y columnista inglés, avecindado en Santiago desde el año 2001, acaba de publicar su segundo volumen de crónicas, "Usted está muy mal" (Libros del Laurel).
Breves cavilaciones, reminiscencias y variadas alusiones colman estos 54 textos divertidos y sagaces de un extranjero que mira con curiosidad, y cierta ternura encubierta, la realidad de sus días y circunstancias en el país al que arribó hace más de 15 años.
-¿Por qué escogiste ese epígrafe de Goethe para abrir el libro: "Se cuenta de un inglés que se ahorcó para evitar el acometido diario de vestirse y desvestirse"?
-Cuando se cita a Goethe suele ser con frases altisonantes, entonces me pareció divertido que fuera una cita tan estúpida. Y también para dejar constancia de que en las crónicas hay una intención humorística, que no vaya a esperar el lector un libro de autoayuda o algo así, y que hay una mirada un tanto irascible. A todo eso, a mí personalmente no me molesta tener que vestirme y desvestirme, pero creo que al autor de esas crónicas, que no soy exactamente yo, sino un personaje que he ido armando inconscientemente a través del tiempo, sí le carga.
-Este es tu segundo volumen de crónicas, ¿qué es lo que más te gusta del género?
-Es un género que me gusta mucho, porque te obliga a ser conciso, y lo que más placer me da es cuando en ese pequeño espacio de 500 palabras logro armar todo un desarrollo, un viaje mental.
-¿Has desarrollado cierta destreza al momento de escribirlas?
-Siempre mis editores me han permitido una libertad absoluta y eso al principio era muy difícil. A menudo no sabía de qué escribir, ningún tema se me imponía más que otro y terminaba hojeando un compendio de citas célebres, por ejemplo, en busca de alguna pista. Ahora estoy acostumbrado, pero siempre escribo al último momento, me costaría hacerlo antes. Tengo plazo para el jueves al mediodía para entregar la columna en Las Últimas Noticias, así que intento decidir a grandes rasgos la noche anterior cuál va a ser el tema y me pongo a escribir el mismo jueves a las 9 AM, luego de dejar a mis hijos en el colegio. Termino entregando a las 12.30, y es en esa última media hora, cuando sé que mi editor está perdiendo la compostura, que se me define todo.
-¿Existen estas crónicas en inglés?
-Intenté traducir algunas, pero no resultaron igual en inglés que en español. Lo que quiero hacer es escribir versiones en inglés, reciclando algunas ideas, más que traducirlas directamente. Eso ahora hice, de hecho, con un ensayo más largo, el único que hay en el libro, sobre mi abuelo, con la idea de publicarlo en algún medio inglés.
-En estos quince años en Chile, ¿has podido empalmar mejor con el humor nacional?
-Nunca me resultó extraño, excepto por una cosa. En Inglaterra se aprecia el humor "deadpan", donde el que hace el chiste no lo señala, no ríe ni cambia de cara, mientras en otras culturas es más frecuente que se ría y deje muy en evidencia que ha hecho un chiste. Chile en general se ciñe a esa segunda tradición, pero me ha tocado a veces toparme con chilenos que hacen chistes absolutamente "deadpan", y como cabría esperar, la gente no se da cuenta de que son chistes y no ríe. Deben sentirse muy solos.
-¿Y qué costumbres chilenas todavía te resultan insólitas?
-Hablo de eso justamente en una crónica titulada "La excepción chilena", cuyo planteamiento es que Chile es el país más normal que pueda haber, salvo por dos cosas: las animitas y los chinchineros.
A la orilla del sena
De niño a Neil le gustaban los idiomas y era lector, así que estudió lenguas y literatura francesa e italiana. Cuenta que fue a la universidad sin muchas ganas, porque le parecía muy matapasiones y una gran pérdida de tiempo. "No tenía otros planes, salvo esa vaga ambición de ser escritor", admite, pero quedó tan hastiado luego de licenciarse que dejó la lectura por un par de años. "Pero sí enganché con la parte de la traducción y eso me sirvió después", agrega.
Entre algunas de las confesiones del autor, está aquella en la que reconoce que no pudo escribir una pretendida novela que tramaba, un traspié vergonzoso del que salió sin mucha mella.
-Cuéntame de la novela que nunca escribiste. ¿Te acuerdas de cuál era su tema, sus personajes?
-No mucho, pero recuerdo que en general a esa edad, los 25, quería escribir el tipo de novela donde, partiendo de una situación ya sórdida, los malentendidos y los desaciertos se fueran multiplicando de un modo cada vez más catastrófico hasta desembocar en una angustia universal que dejara al lector al borde del suicidio. Así que creo que debe haber sido una novela de ese tipo.
Cuenta que en su casa no confesaba sus ganas de ser escritor, "primero, porque es como decir que quieres ser futbolista, no suena a trabajo serio de los que los colegios toman en cuenta; y segundo, que es como el contrario del primer motivo, porque mis padres eran escritores -escribían cuentos y novelas juveniles-, y podía parecer remedo el que yo quisiera serlo también. De hecho, se lo confesé a mi papá cuando tenía como 17 años y él me presionaba para saber qué iba a hacer con mi vida, y ahí me preguntó en forma más bien burlona si yo creía que ser escritor era sentarse a producir obras maestras en un café en la orilla del Sena. Era exactamente lo que me imaginaba, pero por supuesto le dije que no", recuerda.
-¿Cómo aprendiste español?
-Hablando, aquí en Chile. Antes de venir por primera vez, en 1995, aprendí las terminaciones de los distintos tiempos verbales, el subjuntivo, etcétera, porque sabía que era eso lo que más variaba entre un idioma latino y otro. Aparte de eso, llegué básicamente hablando italiano y se me fue convirtiendo en castellano, a tal punto que después descubrí que se me había ido el italiano, ya no lo podía hablar, aunque luego volvió. El efecto seguramente era bastante cómico, me acuerdo que pronunciaba "guerra" como "güerra", y usaba "chao" para saludar además de para despedirme.
-Hoy qué idioma traduces mejor: ¿el español, el francés o el italiano?
-Conozco mejor el español ahora, luego el francés, luego el italiano. Pero para efectos de la traducción da un poco lo mismo, porque el oficio del traductor consiste no tanto en dominar muy bien algún idioma extranjero en particular, como en conocer muy bien el propio, darse cuenta si no entendió algo en el texto original o no le captó el tono o el registro lingüístico, algo que suena obvio, pero es fácil engañarse. Hay que saber cómo encontrar la información que necesitas para sí entenderlo. Todo se puede averiguar. Así que antes, por necesidad económica, traducía también del alemán, que de hecho había estudiado en un trabajo que tuve, pero también del sueco, el checo, el polaco y otros idiomas que en realidad no conocía en absoluto. Lo hacía con diccionarios, un libro de gramática y una que otra llamada telefónica a algún organismo gremial para saber, por ejemplo, cómo se llamaba tal o cual cepa alemana en inglés, ya que los diccionarios son muy incompletos. Me demoraba una eternidad, pero creo que hacía bien el trabajo. Eso era antes de que existiera Internet, ahora es mucho más fácil.
-¿Escribes en tu lengua materna? ¿Qué tipo de textos?
-Sí, escribo en inglés, más que nada poemas, de repente me pongo a escribir ensayos. Incluso escribí un guión de cine, pero no he publicado nada salvo un cuento en una antología, y de hecho sólo muy recientemente he empezado a hacer algún esfuerzo por hacerlo. En Chile me han mimado, nunca tuve que postular a nada. Pero ahora estoy escribiendo una novela en inglés, así que tendré que promoverme.
-Hace quince años que vives en Santiago. ¿Cómo te sientes cuando visitas tu patria?
-Eso cambia de visita en visita. Una vez me dieron ganas de besar el suelo cuando aterricé, por amor a la patria. Otra vez se me olvidó que la gente entendía inglés y dije algo indiscreto en una tienda. Hay cosas que disfruto mucho, y obviamente están mi familia y los viejos amigos. Igual esas visitas tienen algo incómodo, porque es tanta la distancia y son tan caros los pasajes que la gente supone que el viaje fue por algo importante y no entiende por qué estás perdiendo tu tiempo con ella. Pero no hubo nada importante, fuiste a ver a esa gente. Y tú, a la vez y luego de viajar tanto, sientes que te atendieron mal y que deberían tratarte como rey.
-¿Tienes imágenes perdurables en tu recuerdo sobre Inglaterra cuando estás lejos?
-Sí, lluvia y vegetación lozana -que obviamente existen en el sur de Chile, pero vivo en Santiago- y también pueblos, paisajes urbanos, en general lo antiguo, ojalá milenario, todo lo que denota cierta densidad histórica que en algún momento me resultaba opresiva, porque yo era un aspirante a escritor sin mucha confianza en mí mismo y sentía que seguir los pasos de Shakespeare o de Swift era una tarea que me superaba, pero que ahora echo de menos.
Por Amelia Carvallo
"La excepción chilena plantea que Chile es el país más normal que pueda haber, salvo por dos cosas: las animitas y los chinchineros".
"Mi padre me preguntó en forma burlona si yo creía que ser escritor era sentarse a producir obras maestras en un café en la orilla del Sena".