Hay que decirlo de una vez por todas: la mediocridad predomina en el Congreso actual. La falta de preparación, la escasa consagración al cargo, la irresponsabilidad, la pobre consagración a los intereses de la ciudadanía son algunas de las consecuencias que se reflejan en la baja calidad de las leyes despachadas en el último tiempo.
Entre los ejemplos más recientes, figura el de la ley de aborto. Después de aprobarla, "descubrieron" que no quedaron bien definidas sus disposiciones sobre objeción de conciencia. Junto a ella, la ley de etiquetado de alimentos, que presenta numerosas falencias, ya conocidas por la opinión pública, las que continúan apareciendo, a más de un año de su consagración. ¿Irresponsabilidad? No es ningún misterio que hay senadores (as) que reconocen haber leído sólo superficialmente el programa del actual gobierno. Otros asumen que ni siquiera la lectura de los proyectos que votaron. Simplemente, lo hicieron por cumplir o cobrar la dieta: $ 13 millones los diputados y $ 18 millones los senadores (incluidas asignaciones y múltiples beneficios extras).
Un senador y candidato presidencial reclamó porque BancoEstado no le concedió préstamos para financiar su campaña. Una senadora, también postulante, también clamó por el tema. Olvidaron que votaron favorablemente la legislación que prohíbe a los postulantes a La Moneda celebrar contratos con el fisco. Deben contar con respaldo.
Numerosos parlamentarios han sido sorprendidos en copy paste al presentar proyectos. Claro, resulta mucho más cómodo "bajarlos" y reproducirlos de internet que realizar el esfuerzo intelectual de elaborarlos y ser creativos.
¿Hasta cuándo habrá que soportar esta situación? Todo indica que por muchos años más, sobre todo ahora que aumentaron los cupos en ambas cámaras. No faltará el lector de esta columna que planteará que "esto es parte de la democracia". ¡Error! La democracia no tiene nada que ver con la mediocridad. Y consiste en estudios, títulos, posgrados más o menos, sino en voluntad de servir, de pensar, de actuar con responsabilidad. También se trata de consagrarse menos a la mezquina "chuchoca" política y concentrarse en el meollo del trabajo parlamentario. Consiste en medirlo por calidad.
Cuando uno compra un artículo, tiene derecho a garantía y a exigir buen estado. Si queda insatisfecho, a pedir cambio o devolución de su dinero. Algo similar debería ocurrir en nuestro Congreso Nacional, donde se gasta tanto en dietas y asignaciones, con tan pobres resultados. Hay excepciones. Pero justamente destacan por eso: el montón es el que predomina. Para que las instituciones, y sobre todo los poderes del Estado funcionen, es necesario llenar los requisitos para acceder a los puestos y terminar con la "repartija" política, ante la cual estamos perdiendo la capacidad de asombro.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.