En el Chillán de los años 50, el volantín nos marcaba la llegada del mes de la Patria, de las cuecas, los huasos a caballo y las chinas vestidas con multicolores vestidos y flores en el pelo. Pero, por sobre todo, indicaba que llegaba la primavera, con sus suaves vientos y las flores olorosas.
El volantín es un juego que los curas benedictinos trajeron desde Europa a finales del siglo XVIII. Y se hizo tan popular, que hasta reconocidos personajes -como Ambrosio O'Higgins-, se declararon fervientes practicantes de "encumbrar el volantín".
En nuestra población, actual "Juan Madrid", enmarcada por las calles Cocharcas, Rosas, Purén y Avenida Brasil, el volantín no sólo era un deporte, sino también una competencia artesana. Todos los miembros de la enorme pandilla, transformábamos los patios de las casas, en verdaderos talleres destinados a la confección de los volantines, "pavos" y de los hilos curados.
En ese entonces, yo era el más pequeño de la patota, así es que me hacía mis propias "ñeclas" o "cachurras" con los restos que iban dejando mis hermanos. No eran las más bellas, pero para mí, eran las mejores. Se elevaban apenas más de un metro por sobre mi cabeza…y me pasaba bastante tiempo corriendo por las veredas, para "agarrar viento". María Sebastiana, "Mi Nana", me regaloneaba confeccionándome "chonchonas" -o "cambuchas"- con papel de diario, cada vez que regresaba a casa lloriqueando porque mi ñecla se había roto. Entonces, volvía a la calle a correr, con la sonrisa en los labios.
Mis hermanos se dividían el trabajo artesanal, porque mientras uno hacía los volantines, los otros dos se dedicaban a curar el hilo, con cola y vidrio de ampolletas, molido hasta transformarse en polvo. Y tras el trabajo, a la Avenida Brasil, a echar "comisiones", que era un combate espectacular y feroz entre volantines. Brasil era una avenida ancha, de tierra y piedra, por donde pasaba de vez en cuando una carretela, varias carretas y, muy de tarde en tarde, un auto cuadrado y ruidoso. Por eso, era el escenario ideal para jugar pichangas y para encumbrar volantines, transformándose en uno de los puntos de mayor colorido y bullicio de la ciudad.
Hoy no se ven esos combates aéreos, porque la autoridad prohibió el hilo curado. Tampoco se ven espacios multicolores, porque el ladrillo y el cemento los han copado. Solamente nos queda el Día del Volantín, que cada año organizan en Quilamapu los rotarios chillanejos, como un grato momento de nostalgia y recuerdo.
Miguel Ángel San Martín Periodista