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Juan Forn vuelve a los viernes

En "Yo recordaré por ustedes", su libro recién lanzado, el escritor argentino viaja por el mundo, desde África hasta Argentina, con un buen puñado de sus textos de contratapa.
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Cada viernes había un pequeño mundo que se despertaba pensando en la columna que acababa de publicar Juan Forn. Dueño de la contratapa del diario argentino "Página/12" por casi nueve años hasta hace unos meses, Forn retrataba en ellas las vidas de personajes reales que aparecen en sus lecturas y que lo deslumbraban "como un relámpago de poesía". Por ahí han pasado el hijo pianista del Premio Nobel Kenzaburo Oe, la historia de admiración y rabia de los escritores Saul Bellow y Delmore Schwartz, el bolerista Agustín Lara o la poeta Idea Vilariño.

Desde hace mucho, Forn escribía esas contratapas desde el balneario de Villa Gesell, al que debió retirarse luego de un ataque al páncreas que lo obligó a dejar su trabajo como editor en la capital argentina. Todas esas columnas han sido recopiladas en varias ediciones. La última, "Yo recordaré por ustedes" (Libros del Laurel) acaba de ser publicada, junto con "La tierra elegida" (Emecé), una recopilación de sus ensayos más extensos.

-En los agradecimientos de "La tierra elegida" dice que Guillermo Saccomanno le hizo entender que estaba escribiendo ese libro cuando ni siquiera usted lo sabía. ¿Le pasó algo parecido con "Yo recordaré por ustedes"?

-Fue completamente distinto. Andrea Palet, la editora de "Yo recordaré por ustedes", había publicado en Chile una versión más cortita de mis contratapas que se llamaba "El hombre que fue viernes". Pasaron los años y hace poco Andrea me dijo que lo quería reeditar. Le regalé, entonces, más o menos quince contratapas nuevas. Con eso, ella me propuso organizarlo. Y si te fijas -a diferencia de "Los viernes" o de "La tierra elegida"-, "Yo recordaré por ustedes" está armado por un criterio de ir pasando de país en país. El libro empieza por África, va a Japón, a Rusia, a Europa, a América del Norte, a América Latina, llega a Argentina y termina en las autobiográficas. Y la verdad es que me divirtió el itinerario que me propuso Andrea, por eso el que el libro quedó así.

-Ambos libros están dedicados a su hija. ¿Cambió en algo la paternidad su forma de escribir o de ver la literatura?

-Cambió mi visión de la vida y mi manera de vivir y sospecho que eso rebota tarde o temprano sobre lo literario. Yo siempre había pensado que no iba a tener hijos, y la verdad es que desde que nació Matilda se convirtió en el centro de mi vida.

-Y la enfermedad, ¿también cambió su escritura?

-Como dice Kierkegaard, el problema de la vida es que se le entiende para atrás, pero hay que vivirla para adelante. Mirando para atrás, evidentemente, esa enfermedad implicó un cambio de vida -una migración, por un lado- y por otro un nuevo formato de vida en el pueblo de playa donde me vine a vivir. Sin duda, eso cambió tanto mi concepción de la vida como mi escritura. El aspecto más importante, quizás, es que a diferencia de la ciudad, donde se acota el tiempo y siempre estás pensando dos o tres cosas a la vez, es que tienes tiempo de sobra, por un lado, y por otro puedes concentrarte en una cosa a la vez.

-Supongo que publicar cada viernes lo obligaba a manejar cierta relación con los tiempos de la escritura ¿Tiene alguna clase de ritual a la hora de escribir?

-Después de ocho años de presión autoimpuesta por publicar cada semana, lo primero que sentí fue alivio, cuando pude dedicarme a terminar de acomodar los libros y no tener la presión permanente de encontrar un tema. Lo que sí encontré escribiendo las columnas de los viernes fue el poder inmenso de la condensación, es decir, la posibilidad de escribir en pocas líneas algo que está ya dentro del lector y que parece decir mucho más de lo que dice. Creo que ese será mi estilo literario, escriba o no escriba contratapas. Ya me acostumbré de tal manera a la condensación que cuando veo un texto -incluso mío- más plano me parece que está alargado. Me parece que se puede contar en menos palabras y que queda mejor.

-¿Prefiere condensar a buscar otra fórmula?

-Sí, la tendencia es esa. Ahora, mi tendencia natural, cuando tengo una historia, es trabajar siempre con la condensación. Le da una posibilidad de ritmo y de potencia, no sé cómo decirlo, entre poética y narrativa, muy interesante.

-En una parte de "Yo recordaré por ustedes" dice que lo lírico no tiene por qué ser sinónimo de blandura, sino más bien de electricidad y furia ¿Busca eso en tu escritura?

-Sí, sin duda. Creo que fue Danilo Kiš quien dijo que él siempre quiso escribir poesía, y que cuando notó que la poesía le estaba vedada, lo que trató fue de meter clandestinamente poesía en la prosa. Pero no a la manera de la prosa poética, sino trabajando el concepto de lo poético desde lo narrativo. Creo que yo trato de hacer lo mismo. Veo relámpagos de poesía tanto en la pintura como en el cine o en la música. Y, sin duda, mi manera natural de resolver literariamente cualquier cosa es a través del relato, de contar el cuentito. Es la herramienta de comunicación más grande que tenemos: todo contado en forma de cuento, a mi gusto, es más atractivo, porque trabaja con la intriga y la complicidad del lector. Por eso tanto Borges como Danilo Kiš insistían mucho en que una de las características más fabulosas de la poesía es que cuando uno las lee siente que toda poesía es sobre aquel que la está leyendo. Esa especie de enorme intimidad y complicidad que tiene la poesía es algo que me interesa trabajar en prosa.

-¿En qué instante decide que existe una historia que contar, como las que hay en "Yo recordaré por ustedes"?

-Generalmente en el trabajo literario, por lo menos en el mío, hay dos instancias: una radica en confiar casi ciegamente en pálpitos que no termino de entender. No sé por qué, pero cuando a mí algo me interesa, me interesa casi visceralmente. En ese momento me pongo a investigar por qué me interesa aquello, qué me dice a mí esa historia. Es así cuando viene un proceso de distanciamiento, de no terminar escribiendo para mí mismo, digamos, sino para establecer un vínculo con el lector. Ese movimiento pendular -entre la confianza ciega en el pálpito y al mismo tiempo el cuestionamiento a ese pálpito- es mi trabajo, en el fondo. E intento poner todo hasta conseguir difuminar los vapores del ego. A mí una de las cosas que más me fastidia cuando leo una historia es el momento en que el autor se olvida del lector y habla de sí mismo. Me molesta la gente que no entiende que la comunicación es siempre de a dos, y que es mucho más interesante el diálogo que el monólogo.

forn escribía las contratapas de "página/12" desde villa gesell.


"Yo recordaré por ustedes"

Juan Forn

Libros del Laurel

212 páginas

$12.000

Por Cristóbal Carrasco

Jorge Sepúlveda

"Es la herramienta de comunicación más grande que tenemos: todo contado en forma de cuento, a mi gusto, es más atractivo".