Llegamos a esta etapa del año en que la sensibilidad aflora y el espíritu de la Navidad llega a cada ser humano con la fuerza del buen deseo. Nos ponemos a analizar cada paso, cada acción que hemos desarrollado y, en el sentido privado de la vida, nos planteamos la necesaria autocrítica para no volver a repetir los errores cometidos.
Muchas veces, esa autocrítica nos lleva a prometer cosas que, a la vuelta del año, nos damos cuenta de que no hemos cumplido. Y en otras ocasiones, nos quedamos cortos y de nuevo nos planteamos metas distintas, en el mismo sentido de las buenas intenciones.
Soy un convencido de que en estas fechas, cada cual busca su autocomplacencia, sin abrir nuevas ventanas a la vida, sin observar los paisajes sociales que nos rodean y sin comprender de que nosotros también somos parte de aquel paisaje y que podemos actuar en consecuencia para hacerlo mejor, más equitativo, más tranquilizador y solidario.
En el tradicional balance de fin de año, nos centramos en nosotros, en la unidad personal, sin mirar hacia los lados, sin ver que tenemos más gente que nos rodea y que tiene necesidades más vitales que las nuestras.
Soy un convencido de que si observáramos aquello, si nos preocupáramos de los que tienen más necesidades que las nuestras, y comprendiéramos que somos capaces de llevarles la ayuda suficiente, que podemos y debemos atenderles y entenderles, nos sentiríamos mucho mejor y nuestras aspiraciones se verían mayormente compensadas.
Hay gente que nos necesita, que las frustraciones les sellan la boca y les nublan la visión. No ven más que oscuridad. Sufren en silencio. Y eso nos debiera provocar la reacción positiva de la solidaridad. Justamente, ahora ello se marca con mayor vehemencia en estas fechas de amor familiar.
Sería bueno que alzáramos la mirada y observáramos más allá de nosotros mismos. Y que dedicáramos a la ayuda solidaria un esfuerzo mayor. Que compartiéramos más. Que extendamos la mano fraterna al que lo necesita y transformemos la desigualdad que ofende, en igualdad que ilusiona.
Recibamos al extranjero que llega en busca de mejores condiciones de vida, con los brazos abiertos y con el afecto que les cobije. Tal como lo hicieron ellos cuando los nuestros salieron con similares intenciones. Tal como lo vivimos nosotros mismos, cuando la naturaleza nos fue esquiva.
La Navidad y su espíritu, es para todos igual. Apliquémosla entonces con acciones prácticas, demostrando que así lo entendemos y que lo practicamos con generosidad. Sí. Sin duda, nos sentiremos mejor.
Miguel Ángel San Martín Periodista.